Abelardo Castillo – Por Hernán A. Isnardi

En general, uno se relaciona con lo eterno por el único lugar posible: el instante.
Baby Cox aplasta salvajemente la trompeta en “Hot and Bothered”, cosiendo notas con precisión única, deshaciendo el tiempo y devolviéndonos a la eternidad. Mientras ella canta, la música y la vida son otra cosa. Con Castillo, las cosas se parecen: hilvana palabras con idéntica precisión y corren en el mismo sentido.

Así como en ese poema “Ajedrez” de Borges (que es la carrera de caballos de Boecio), en el que Dios movía al jugador y éste la pieza, la cuestión ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?, es la sensación de sus textos. Quiero decir, siempre hay algo más en su arte, todo ocurre por primera vez y para siempre. A la vez sospecho que la literatura de Castillo tiene algo parecido a la estructura del infierno: nada hay fuera. La sola entrada a sus textos anula el tiempo y la posibilidad de un exterior; cada puerta es una y todas; cada posible puerta de salida es en realidad otra de entrada: el laberinto. Sobre cada puerta cuelga un cartel con la misma inscripción: La experiencia del infierno es fundamental para entender la vida, pero la vida es poder salir. Entonces Borges me dice “si hay laberinto, hay arquitectura” y Marechal agrega “de los laberintos, sólo se sale por arriba”. Yo le pregunté a Castillo ¿qué es la poesía?… él lo sabía, se acordaba… “Hay un lugar que es uno y a la vez muchos una región intermedia entre la vida y la muerte entre la realidad y lo Otro no preguntes nada de esas tierras son el País Olvidado no hay respuestas ni certezas ahora porque estas cosas son según peso medida forma y duración para los que existe unidad o modelo no siempre son alegres de ver no siempre se puede decir que sean hermosas hay flores que exudan pesadillas pantanos que hieden a corazones solos hay el umbral de una puerta un niño en ese umbral hay quien vio la marisma y sus nenúfares y oyó el silencio negro como trueno y vio una roca y sobre la roca una figura que grabó en la piedra la palabra silencio, ¿tuvo miedo. ?, no preguntes del miedo otros ven una ciudad de sangre ven un campanario ardiendo y otro nunca vio el agua y sí una hiena dormida junto a un niño y oyó el grito de la madre hasta el confín del mundo hay pantanos y cañaverales con serpientes de ojos de ópalo y objetos para los que nunca existió nombre o número acá abajo hay ciudades enteras con cúpulas de ágata, ¿entonces, hay color?, hay color no para don Jacobo y hay el aire que canta y el aire que aúlla no para el que veía la sombra del silencio porque nadie ve nunca ese lugar del mismo modo, ¿es el infierno?, no hay más nombre que el País Olvidado”… (El que tiene sed, pág. 217, Ed. Andrés Bello) luego de escucharlo me crecieron las alas, volé sobre el laberinto y me reí de la muerte.

Hay una cabeza hiperlúcida que trabaja y trabaja, que hace ese laberinto o infierno o no sé qué, más y más grande, más y más interesante, claro -no de luz sino de entendimiento-. Ignoro si hay una palabra rigurosa para denominar sucesos o cosas, pero de existir, comenzaría a buscar en ese mundo, ya que en sus textos siempre hay exactitud.
Castillo y sus textos. Los textos y Castillo: “La forma y el reflejo se observan. Usted no es el reflejo. Pero el reflejo es usted”.