Recuperación de Charles Baudelaire – por Tomás Barna

“Sensación de soledad desde niño. A pesar de la familia y hasta en medio de mis compañeros, en la escuela, sensación de destino eternamente solitario.” De este modo, en un pasaje de su “Diario íntimo” —que se publicó luego de su muerte bajo el título “Mi corazón al desnudo” Charles Baudelaire confiesa haber sobrellevado su existencia torturado por el estigma de la soledad. Su vida y su obra estuvieron marcadas por la intensidad —intensidad propia de un alma sensible hasta los límites del delirio—. La originalidad y el genio vertidos en— las páginas de sus poesías recopiladas en un tomo con el título de “LAS FLORES DEL MAL” de sus “PEQUEÑOS POEMAS EN PROSA”, de sus “CURIOSIDADES ESTÉTICAS”, de “EL ARTE ROMANTICO” (críticas de pintura, música y literatura de elevadísima jerarquía por su lucidez, precisión, profundidad, exquisíto lenguaje poético, vuelo metafísico, captación de la “modernidad” —vocablo creado por él mismo— y asombrosa visión del futuro), todo este caudal humano que se desbordó sobre el papel es fiel reflejo de su temperamento de angustiado y a la vez revolucionario movido por la inquietud de una constante renovación. Debido a ello y por tratarse del más agudo gestador del espíritu moderno, por ser el ejemplo máximo de hombre vital que nos han brindado el arte y la poesía en el transcurso de los dos últimos siglos, considero mucho más elocuente que cualquier biografía entregar nos a un intento de recuperación de BAUDELAIRE a través de sensaciones que se desprendan del soplo que nos llega de él, transfigurado apenas por mi propia inquietud.
A fin de lograr ese anhelo, inserto aquí algunos fragmentos de mi obra de teatro inspirada en Baudelaire hombre y poeta, titulada: UN ALBATROS EN EL ABISMO”.

LA MEMORIA.—Ya soy la menoría oceánica que siempre ha de amar—: grito y silencio, miel y sal. Tras el último parpadeo, el hombre que me habitaba me deja definitivamente sin la carne y me convierte en su doble, Ahora puedo jugar al recuerdo. He llegado más lejos que cuando quería ir a cualquier parte con tal de que fuera más allá del mundo. Seré un alma intemporal entre tantas almas hechas de aire y fuego.

(Y la mujer se le presenta en forma de espectro fundiéndose en ese ser abstracto que es la madre, la amante y la locura).

EL ESPECTRO DE BISTURI. —Hay rombos de abismo en la memoria. Un cortejo de recuerdos desfallece en la mecánica del terror impío. Mi espectro penetrará tu noche, y se oirán alaridos de hierro y cenizas de jornadas animales. Mi bisturí desgarrará los abismos del sueño. La tierra, como un niño entre gritos bermejos mana la leche de la luna. Sólo el aire hecho silencio y la vía láctea transformada en luz, arrancarán los cuerpos del barro y del metal. Ya dialogas con tu doble, siendo éste un poco tú mismo que te proyectas, que deambulas por las calles de París y nos hablas a dos voces sobre el drama de ser y de existir.

CHARLES.— ¿Cuándo nos daremos cuenta de que sólo escapando de nosotros mismos podremos salvarnos de la miseria que llevamos adentro?

HUMOR (EL DOBLE).—¿Entonces qué hacemos? Sí, ¿qué hacemos aquí, dime? ¿Por qué no te quedas en tu pieza para no sentirte desdichado? ¿Crees acaso, que allí no vas a meditar? ¿Que la soledad va a ser un alivio? Si sabes tan bien como yo que no es así.

CHARLES.—Yo sólo sé que si pudiera dominar el pensamiento lograría alejarme del hastío.

EL ESPECTRO DE BISTURÍ.— Soy el espectro de la mujer que ronda tu abismo, Charles. Mis brazos son voces que invitar— a la danza celeste. Una brisa vertical ha incubado en mi cerebro, allí donde se alojan los huevos del albatros.

CHARLES.—El tiempo de los relojes ha pasado. Y no hay futuro. Mezcla de perfumes y miasma sobre las últimas uvas. Mezcla de perfumes y miasma sobre los últimos gritos. Y no hay futuro… tañen las campanas.

HUMOR.—Pero qué diablos te pasa que a cada instante te detienes y permaneces mirando al vacío como si las palabras se te quedaran adheridas a los ojos.

CHARLES.—A veces me parece circular en medio de la niebla, de un sueño. Oigo una voz que me dice cosas que sólo a mí me pertenecen. Entonces… quedo paralizado. Intento huir como de un estado de somnolencia. Huir, huir, huir de qué, si en esa huida me llevo conmigo mi cuerpo, mi sangre, mi cerebro, mis formas! Y por más que me frote y me frote y me frote los ojos, ¿qué veo?: sólo una máscara grotesca que me mira y me sumerge en su propio estupor.

HUMOR.—Tu mente se tortura inventando fantasmas. Pero si aquí tienes la vida. ¡Vívela con pasión. Es ésta la única verdad.

CHARLES.—No sé… no sé qué decirte, pero a veces voy por la ciudad y se me convierte en una feria o en un concierto público donde se ofrecen los hombres ocultos por máscaras y prostituyendo su soledad.

HUMOR.—Todavía hay en los seres una vergüenza de cristal roto. Lo se exponen gratuitamente. Es como si el alcohol no hubiera llegado a ellos.

CHARLES.Claro que no. Claro que no se exponen sin un excitante. Necesitan un pretexto. Una justificación por adelantado. Una festividad cualquiera.

        HUMOR.— Navidad o Fin de Año.

                 CHARLES.O el día en que nacieron. 0 el Día de los Muertos.

HUMOR.— Sí. Ahí está el quid de la cuestión. Poder transformar las horas en una mascarada. Escapar de lo cotidiano. Evadirse de sí mismo.

CHARLES.— Pero fíjate: después de todo, percibiendo ese perpetuo movimiento interior podemos gozar intensamente. La Gran Capital, la ciudad infame pero amada, destila unos filtros mágicos que —al absorverlos— saturan al espíritu de goces amargos singulares.

HUMOR.— Y la vida de París es fecunda en motivos poéticos y maravillosos. Lo maravilloso nos envuelve y nos penetra como la atmósfera.

CHARLES.— Ah!, este hervidero humano del que se desprende un olor a fritura mezclado con el incienso de los sueños que viven abortándose en el espíritu de los pobres y de los poetas. Este hospital del hastío que es la urbe llena de ojos guiñadores parpadeándoles a los techos de pizarra, a los castaños acribillados de esperas, a las mujeres ajetrea das, al solitario que va contando sus quimeras en el silencio que se estampa en los adoquines de las calles de los barrios viejos.

EL ESPECTRO DE BISTURÍ.— Y yo muero y renazco siempre en ti. Yo, madre o amante, locura o muerte, sé que este horror —amasado entre estertores de angustia y lujuria, de deseos y oraciones—, esta energía surgida del tedio y de la ensoñación, que es la Gran Ciudad, te llena de impulsos misteriosos que te arrancan del letargo.

CHARLES. —Sí. Y del horror nacen encantamientos. Ya lo sé. Y de la atmósfera sucia, gris, —llena de olores que tienen el peso de mil cadáveres— siento que se abre en mí el apetito de las formas, de la materia, y me crece una sed infinita de amar. (PAUSA). ¡ Ah, pero es imposible escapar de los números y de los seres! El dolor y el grito siempre contenidos. Hay un movimiento oculto que parece arrastrarlo todo. Pero, de pronto, este detenimiento, esta NADA. Y el frenesí cotidiano se derrumba en un vacío. Y aunque el mundo tenga la misma armonía (le nuestra dimensión, aunque la tierra esté bajo nuestros pies, aunque el ojo toque el horizonte, no podemos modificar ni un átomo de las tinieblas en que respiran tantos monstruos inocentes. ¡Oh, siento una necesidad de reposo! Y el aguijón de la piedad y la certidumbre súbita de que en la tierra somos todos hermanos. Pero… y este vacío, este tedio que ha tomado ya mis formas y se ha convertido en mi sustancia.
¡¿Sabe alguien, acaso, lo que es no haber logrado ni un pájaro y tener en la mano un hueco de sol? !