Robert Desnos: Una Idea de la Muerte – por Hernán A. Isnardi

“Nadie Sabe de qué mañana el mármol es la llave”
Jorge Luis Borges

Desde el siglo VI a. de J.C., —aproximadamente— en que Ferécides, filósofo sirio, sostuvo por primera vez en la historia la inmortalidad del alma por escrito, tanto filósofos como escritores se han pronunciado sobre la muerte (y no es paradójico el hecho de haber escrito tanta muerte luego de aquella primera mención de la inmortalidad) como no lo han hecho con otro tema, tal vez porque seamos más muerte que otra cosa (digo yo tratando de explicar cosas inmortales con términos mortales). Lo cierto es que a uno lo persiguen ciertas cosas y uno a su vez persigue ciertas otras. La muerte me obsesiona tanto como yo le obsesiono a ella.
La pasión por ese lugar común del cual nadie escapará o al cual nadie podrá acceder me hermana con Robert Desnos, quien hizo una de las formulaciones más excepcionales a propósito de la muerte propia en su poema “El Cementerio”:

Aquí estará mi tumba, y ni en otro lugar, bajo estos tres árboles.
Tomo de ellos las primeras hojas de primavera
Entre un pedestal de granito y una columna de mármol.
Tomo de ellos las primeras hojas de primavera
Pero otras hojas se alimentarán de la feliz podredumbre,
De ese cuerpo que vivirá, si puede, cien mil años.
Pero otras hojas se alimentarán de la feliz podredumbre,
Pero a otras hojas oscurecerá
Una tinta más líquida que la sangre y el agua de las fuentes:
Testamentos no cumplidos, palabras perdidas más allá de los montes…
Una tinta más líquida que la sangre y el agua de las fuentes:
¿Puedo yo defender mi memoria contra el olvido
Como una sepia que huye perdiendo sangre, perdiendo fuerzas?
¿Puedo yo defender mi memoria contra el olvido?

Porque no es tan importante la muerte como sus efectos es que el olvido (para Borges el cielo y para Unamuno el infierno) trasciende los límites mismos de la muerte, su propio sentido.
¿Hacia donde vamos?, pregunta el dolor de quienes, como asevera Spinoza, deseamos desesperados o desesperanzados la permanencia propia del ser; es ahí donde los versos de Desnos preguntan y es ahí donde creo no equivocar la respuesta: NO.
No sé si será la “nada sin fin” de Maupassant o “el gran tal vez” de Rabelais; lo que sí sé es que la elección de Dios —valga la paradoja— seguro será mejor que la mía.
Ciertas veces siento que sin mí, el día infinito no sería. Creo que el eterno día es la muerte y yo… yo soy su esencia.