Editorial – Por Hernán A. Isnardi
“Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro: el verano se adelantó. Puse la cama cerca de la pileta de natación y estuve bañándome, hasta muy tarde. Era imposible dormir. Dos o tres minutos afuera bastaban para convertir en sudor el agua que debía protegerme de la espantosa calma. A la madrugada me despertó un fonógrafo. No pude volver al museo, a buscar las cosas. Huí por las barrancas. Estoy en los bajos del sur, entre plantas acuáticas, indignado por los mosquitos, con el mar o sucios arroyos hasta la cintura, viendo que anticipé absurdamente mi huida. Creo que esa gente no vino a buscarme; tal vez no me hayan visto. Pero sigo mi destino; estoy desprovisto de todo, confinado al lugar más escaso, menos habitable de la isla; a pantanos que el mar suprime una vez por semana.”
Por Hernán Isnardi
Nadie que haya leído alguna vez “La Invención de Morel” puede olvidarla. Como dijo Borges “Bioy Casares alude filialmente a otro inventor isleño, a Moreau, pero también, como dijo Abelardo Castillo “Quiso imitar ‘La Isla del Doctor Moreau’ y escribió La Invención de Morel, una novela infinitamente superior a casi cualquier novela que haya escrito Wells”.
Antes y después de la entrevista, charlamos con Bioy. Antes y después de la charla, fuimos y somos otros. Esos momentos fértiles de la vida que no son tantos pero sí intensos —al menos para mí que soy escritor antes de hombre—, nos modifican.
Al pisar el umbral del piso de la calle Posadas, recordé (más bien sentí) a Gide en aquel comienzo de Los Alimentos Terrestres: “No desees encontrar a Dios en otro lugar que no sea en todas partes”.
Dios en todas partes; Dios, verbo, palabra, libro. Y más Dios y más libros; el paraíso. Eso era exactamente el paraíso concebido por Borges. Un lugar donde los libros son incalculables y donde sólo se los disfruta, se los cuida y se los ama.
Antes y después de la entrevista charlamos de literatura. A corto o largo plazo todo se redujo a eso.
Festejó la aparición de La Máquina del Tiempo por nacer en un momento donde las revistas de literatura que le llegan no son muy satisfactorias.
Nos contó sobre Silvina Ocampo, el gran amor de su vida. Mujer talentosa; gran escritora y pintora. Espíritu retraído a quien reprochaba que permaneciera en un segundo plano “habiendo tantos que se autopostulaban primeros artistas lejos de serlo”.
Caminante y observador, romántico. Asiduo lector de Stendhal y de Benjamin Constant. Admirador de Italo Svevo en “El Corto Viaje Sentimental” aunque recomienda “La conciencia de Zeno” con fervor. Se divierte con Dürrenmat y con los cuentos de Chejov. Prefiere a Verlaine antes de Baudelaire. Poe le parece deliberadamente tremendista aunque “Las Aventuras de A. Gordon Pyn” le gustan mucho. A Stendhal lo posiciona sobre muchos otros; por su literatura y por un buen motivo. Cuando leyó “La Cartuja de Parma”, se enamoró de la duquesa Sanseverina con pasión real.
Su espíritu positivo lo lleva a confiar en ese pasado que a pesar de proponer muchos futuros, sólo escoge uno, el que casi siempre le sienta bien.
Gracias maestro!
![]() El Escritorio de Silvina foto de Elina Chen |
![]() Una de las salas/libros de Bioy foto de Elina Chen |