Editorial – por Hernán A. Isnardi
Al empezar a preparar el número de Abelardo Castillo, tuve la amarga sensación de pérdida.
Allá por 1998, cuando lo conocí (y no habiendo podido sacar la edición en papel de La Máquina del Tiempo), supe que mientras se demorase la aparición de su número, tendría la posibilidad de otro encuentro. También supe que una máquina del tiempo, por esas cuestiones meramente lógicas, está destinada a desplazarse, nunca a cesar.
Algo había en todo esto de contradictorio.
Dejé toda estúpida vanidad de lado y, recobrando el placer, decidí: entré Rimbaud, Stevenson, Bioy Casares, Baudelaire (números anteriores de La Máquina del Tiempo) y Kafka, Poe , Hölderlin (próximos números de La Máquina del Tiempo) estaría ABELARDO CASTILLO.
Y digo: eso es justicia.
Nunca faltará el señor sensato (como diría Cortázar) que levantando el índice me señale las medallas de tal o cual escritor… (gesto parecido a las agotadoras encuestas sobre quién es mejor y en qué en este siglo).
Hoy invito yo.
En ISRAFEL, el protagonista dice “La poesía es una manera de vivir”; Marechal agrega “y no una mera función de lanzar al mundo criaturas poéticas. Y a mi entender, el secreto de Abelardo Castillo estaría en esa difícil y abnegada vocación existencial”.
Es una noción tan difícil de entender como difícil esa manera de vivir. Así es él.
Piensa claro y escribe claro.
Cuando decido correcta la elección de estos textos (selección cuidadosa que guarda un hilo y una coherencia), lo hago con una segunda y no menos importante razón (la primera, ya se sabe, literaria): siempre me pareció verdaderamente notable, cómo, habiendo tenido allá por los 60, hombres como David Viñas, Pedro Orgambide, Ernesto Sábato o el mismo Abelardo Castillo, es decir, una generación con claridad de ideas (compartidas o no —ése no es el punto—) y debates permanentes que aún en los momentos de prohibiciones (El Grillo de Papel) levantaban la frente y hablaban, hoy, en los 90, debemos pagar no se qué pero de la peor forma —lenta y sutil— con plagas como: Gasoleros (programa consistente en levantar fielmente los diálogos estúpidos de la vida cotidiana); 10 años de gobierno de Menem (…); con alguien que vende cientos de miles de compactos y canta (?) cosas como ésta: te llevaste la ceniza y me dejaste el cenicero, te quiero (nótese la rima). Un panorama desolador donde la calidad fue desplazada grotescamente por la cantidad (de lo que fuere). Un señor compra una emisora de radio (o la roba) y, por ejemplo, publica un artículo cualquiera con una pauta publicitaria de 150000 salidas diarias. El producto será un éxito!!. Como dice Castillo: “Lo pernicioso de ser imbécil no es —claro— la individual confusión química de ciertas células nerviosas, sino lo otro: la lógica de imbéciles, su consecuencia histórica”.
Quise abarcar esa faceta de la obra de Castillo que le es ajena a la mayor parte de mi generación. Merced al buen criterio de mis padres, tuve la posibilidad de leer El Grillo de Papel y El Escarabajo de Oro, que eran, naturalmente, parte de sus lecturas de juventud. El otro material está en las librerías.
Van a encontrar a Castillo escribiendo sobre el nazismo, sobre las vanguardias poéticas, sobre literatura y sobre algunos libros de Cortázar y Silvina Ocampo y más. La entrevista, desde ya y dos perlas: Un comentario de Pedro Orgambide sobre un libro de Castillo (aparecido en El Escarabajo de Oro) y un reportaje a David Viñas allá por 1960.
El Grillo de Papel fue fundada cuando Abelardo Castillo tenía 24 años. Ya era el siempre ácido y no menos brillante escritor (para mí, el mejor prosista vivo argentino) que hoy leemos.
Días antes del cierre, leí “El Evangelio Según Van Hutten”. Si bien no me siento capacitado para hacer en este momento la crítica, comentaré brevemente las sensaciones: El protagonista, un profesor de historia, llega a La Cumbrecita, Córdoba, en busca de tranquilidad (?), luego de tener problemas con su pareja. Comienzan los misterios… lo vigilan, él descubre que un octogenario arqueólogo muerto hace tiempo no ha muerto, rollos esenios con datos sobre los comienzos del cristianismo, los años desconocidos de Jesús, el ” hijo de Dios”, quien, para Van Hutten, a pesar de ser divinidad, fracasa. También retoma Castillo el tema de su primer libro (El Otro Judas), el pacto secreto entre Jesús y Judas. El gran dramaturgo que es Castillo, sigue urdiendo diálogos memorables (como aquellos de “El Que Tiene Sed”) en los cuales, entre bromas ácidas y cinismos, deja caer nociones profundas, problemáticas religiosas reales y todo, como quien pide un helado. Esto es posible cuando el que escribe realiza un trabajo de orfebrería. Prosa fácil de leer, cuidada hasta el estupor, tan cuidada que el lector jamás tropieza. No siente que lee; la vive. Paradójicamente ése es el inequívoco indicio de la excelencia de un libro: olvidar que se está leyendo.
Es casi imposible dejar el libro y no ir de inmediato a otros libros (los evangelios por ejemplo).
Terminé el libro en una noche, de un tirón. La cabeza me quedó girando en torno a esas ideas. Dos noches después volví a leerlo y me animo a decir que tuve una sensación mucho más fuerte que no había sentido antes. Me gustó creer en esta relectura, que el secreto eje está en otro lado, en el amor profundo y más que breve (hablo de tiempo) entre el protagonista y Christiane… la joven Christiane. Después de todo, qué verdad podría trascender a un amor absoluto.
Borges dedica a Lugones (ya muerto) “El Hacedor”. Imagina, o dice que sueña, que le regala el ejemplar dedicado… conversan, y tal vez Lugones aprueba algún verso. Su vanidad ha armado una imagen imposible (la del encuentro) pero cree o sueña o juega a que Lugones lo ha aceptado.
Yo también he soñado… Gracias ABELARDO CASTILLO.