Críticas – de Jorge Panesi (Editorial Norma) por Daniel Link

El Cuchillero

Por Daniel Link 
23/04/2000 – Radar Libros – Página 12

El libro de Jorge Panesi brinda exactamente lo que promete: críticas (lecturas críticas, para ser totalmente precisos, exactas y mortales como cuchilladas). El libro reúne artículos previamente publicados en revistas especializadas, boletines, suplementos literarios de periódicos de gran circulación o actas de congreso. Pero esa diversidad de “soportes” no inquieta al autor, que entiende la crítica como un ejercicio de escritura más o menos independiente de los distintos formatos en los que suele aparecer. “Cuando escribo, me empeño en olvidar las diferencias institucionales. Escribo, simplemente. Pero la crítica literaria nació con el iluminismo y los periódicos. Por lo tanto, un buen artículo académico no concederá nada, si posee la gracia leve de una relación con la actualidad, con el corazón de las preocupaciones actuales. Un problema de lengua, quizás de estilo, porque los malos artículos académicos parecen escritos por nadie. O, lo que es lo mismo, por una implacable doxa, la communis opinio académica. Con la crítica periodística sucede al revés: para que la levedad no se convierta en trivialidad inconsistente, o en un peligroso ejercicio de marketing sobre los catálogos editoriales, debe ejercer un moderado pedagogismo cuasiacadémico que aúne la erudición con el arrebato de la inteligencia. Si hay diferencias institucionales entre crítica académica y periodística, en todo caso, suelen nivelarse a través de quienes practican el periodismo: todos (o casi) han sido alumnos universitarios. Es más: hay una sospechosa alianza, una armonía establecida, entre ambos mundos, muy fácil de detectar.”
Críticas participa de esa rara clase de libros que provocan la más intensa felicidad intelectual. ¿De dónde viene esa sensación, esa risa cómplice que acompaña la lectura de este libro que se pone a surfear en la cresta de la verdad sin caerse nunca? ¿De la belleza seca y descarnada de la prosa de Panesi? ¿De la precisión con que delimita sus hipótesis en relación con cada uno de los campos que ataca? ¿Del gesto mismo de atacar los textos, los comportamientos, los dichos y las maneras de pensar que configura el estilo (si es que tal cosa existe) de Panesi? En todo caso, ¿qué dice de la crítica el libro de Panesi, o qué piensa Panesi -crítico reconocido y profesor reverenciado por sus alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras- de la crítica, de sus funciones y de sus poderes? “La función de la crítica es descolocar, poner patas para arriba lo que parece solidificado. Una tarea siempre eficaz y siempre necesaria que incomoda a todo el mundo, también al crítico o a la crítica, que sólo puede reclamar para sí un difícil lugar inestable. Desde allá, desde la precariedad, la crítica habla sobre un objeto que ha cambiado su modo de ser eficaz: la literatura no es más ni menos eficaz en su valor crítico que en el siglo XIX; sucede que, en un repliegue impuesto por la velocidad y la inmediatez, se ha convertido en un lugar de reserva, en un reservorio sujeto a otras velocidades, y quizás, en el sitio de lo inconfesable, ese sitio en el que la cultura puede confesarse y hablar de lo que de otro modo no tendría voz. La crítica, como la literatura, inventa voces para hablar de los secretos a voces, de la otra faz de la misma trama.”
Si algo sorprende de Críticas es la contundencia y la facilidad con que Panesi lee objetos tan heterogéneos como novelas (de Puig, Cambaceres, o Felisberto Hernández), artefactos teóricos como la deconstrucción, la práctica profesional de un intelectual (Pezzoni), el tango (ver el texto reproducido en esta misma edición) o el sistema de códigos que organiza el universo de los taxi-boys. Lo que hace Panesi es instalar lo literario en el universo cultural. ¿Se trata de un avatar más de la generalizada conversión de la crítica en estudios culturales? “Cuando algo se repliega (o se enclaustra académicamente) es inevitable que intente salir del encierro. Los discursos encerrados tienen un tufillo de desesperación y de desconcierto, como manotones en el ahogo. Esto es así para lo peor de esos discursos; en cuanto a lo mejor, encuentro que la crítica argentina venía ya convertida desde lejos. Desde 1970, más o menos, cuando se hablaba de crítica política de la cultura, y el fervor político la llevaba a ocuparse de objetos culturales disímiles. Lo temible es que los heteróclitos estudios culturales, sin esa permeabilidad política y sin ese fervor que los convertía en necesarios, pasen a ocupar el sitial de un discurso hegemónico. Más que convertirse en estudios culturales, la crítica vendió sus instrumentos, y hoy los alquila penosamente a un amo que los entrega mellados.”
No es el caso del filo de las frases de Panesi. Y es probablemente en esa acerada precisión lo que permite puntuar, como una melodía, la felicidad intelectual que Críticas provoca. Tiene un primer tiempo (musical) en los análisis de las políticas culturales y literarias auspiciadas por las revistas Sur, Contorno o Los Libros (el tema de dos de los primeros artículos). No importa tanto si Panesi tiene razón en lo que dice. Lo que importa es que nos persuade de que no hay una manera mejor de leer esos momentos constitutivos del progresismo argentino (liberal o revolucionario), sobre todo porque hermana esas variantes del progresismo a partir del mismo culto a las grandes personalidades (Malraux en el caso de Sur, Sartre en el caso de Contorno). O en el impiadoso comentario sobre los “logros” de la más reciente sociología criolla. O en el examen político de las ideas de traducción y su función en la historia cultural y política argentina.
Siendo él mismo un destacado “mandarín” intelectual de la cultura criolla, Panesi es capaz, sin embargo, de desmontar los mecanismos elitistas de todo mandarinato. Escribe Panesi: “La vocación de secreteo elitista y aristocratizante que suelen tener los mandarines intelectuales (casta a la que pertenecen los traductores, mal que les pese) los empuja a denostar las traducciones. De alguna manera, descreen de la mediación que ellos mismos encarnan para inclinarse hacia la convicción de que la verdad sólo puede aprehenderse por contacto directo o con la pertenencia a una misma casa del lenguaje”. Y siendo él mismo un atento observador de la literatura (de su historia, pero también de su contemporaneidad), Panesi es capaz, sin embargo, de despojar a su palabra de toda presunción de verdad, porque hasta la palabra del crítico está pendiente de la moda. Dice Panesi: “Se trata, otra vez, del encierro. De una necesidad que prohijó el encierro genocida entre 1976 y 1983. La cultura argentina tiene el fantasma (el miedo) que produce todo genocidio: perder la memoria. Y la moda, que nunca es superficial, se ha hecho cargo de ese miedo a través del florecimiento de las novelas sobre la historia. No sé si todavía están de moda. En un horizonte más inmediato, parece despuntar una cierta inquietud por devolver lozanía y lectores esquivos a la narrativa argentina, con el supuesto de que la experimentación vanguardista la ha vuelto árida. Se me ocurre que polémicas como ésta muestran la vitalidad de un fantasma o de un mito literario argentino, que como mito es el síntoma de una verdad: la batalla Florida/Boedo”.
Otro movimiento de la felicidad podrá localizarse en el modo en que Panesi analiza textos y arma sistemas de lectura que funcionan como máquinas de relojería. El delirante juego de nombres que sostiene la primera novela de Manuel Puig, La traición de Rita Hayworth -Toto, Teté, Berto, Mita- se transforma, en manos de Panesi, en un bello juego de malabarismo o prestidigitación. Es que no hay momento de delirio (en relación con la revolución, con el deseo, con la comunicación, en relación con la economía de la literatura y del mundo) que a Panesi se le escape. Lee, por ejemplo, la autobiografía de Derrida, capta una de esas perlas de mal gusto que puntúan la obra del exquisito filósofo francés y titula su lectura “El precio de la autobiografía: Jacques Derrida, el circunciso”. Si fuera sólo un chiste sobre el mal gusto y la pretenciosidad del otro, Panesi sería apenas un crítico malicioso. No es el caso, porque en ese juego entre la escritura, la confesión y la circuncisión que realiza Derrida, Panesi lee su ruina teórica: el “indiscriminado uso autonarrativo y autoexplicativo de la fábula teórica psicoanalítica” (precisamente, destaca Panesi, en uno de los más crueles enemigos teóricos del psicoanálisis como es Derrida).
¿Cómo evalúa Panesi la última producción literaria? ¿Por dónde pasan sus intereses? “Me sorprende la marginal persistencia, el susurro obstinado y la algarabía de los jóvenes poetas. Forman un circuito eficaz que, de espaldas a los estrellatos orgullosos de la narrativa, desde las catacumbas de un encierro feliz, promete un despertar que no llega todavía. La narrativa argentina, en cambio, me impacienta. Por otra parte, es lógico que lea a mis colegas críticos con mayor atención; además, como lo prueban sus autoanálisis, la crítica argentina es tremendamente consciente (demonio de la sutileza al decir de Henry James) y forma una parte esencial de las ideas que circulan sobre la cultura. Melancólicamente, me interesa el canon de un discurso en extinción: releo los cadáveres de eso que llaman Teoría Literaria.”
Incómodo lugar el de Jorge Panesi. Siempre del lado de la escritura, el crítico no puede dejar de observar con terror los clichés de la crítica, que no hacen sino poner en primer plano su habitual mendacidad (pecado del que Críticas está totalmente exento). En la “Advertencia” que funciona como prólogo -imprescindible porque borra todo rastro de academicismo, complicidad institucional, soberbia de casta o tributo a otra cosa que no sea la amistad-, Panesi escribe: “Los prólogos de la crítica se han convertido en un salón de tránsito ceremonial surcado de agradecimientos corteses hacia corporaciones, conventos, Estados, becas. Recuerdan los atildados prólogos del Siglo de Oro que mentaban marqueses y condes, sin poder desterrar ni la verdad ni la intrínseca falsedad de su retórica. Siempre he rescatado, sin embargo, aquellos prólogos que agradecían a esposas norteamericanas por el ensanchamiento de sus tareas domésticas y por el acto de amor servicial que las transformaba en dactilógrafas”.

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