Complot – de Perla Suez – Por Susana Cabuchi
Complot
de Perla Suez
Por Susana Cabuchi
“Complot” ha sido escrita con la paciencia que requiere todo trabajo responsable y preciso. Para acrecentar su poder de alumbramiento Perla viajó a Entre Ríos: visitó frigoríficos, transitó a caballo el camino que une Villa Elisa y Colón, revisó archivos, recuperó esteros, lagunas, documentos, verdores y su río Uruguay, que fluye entre las páginas con la misma fuerza y la misma persistencia con que se entrecruzan los hechos del relato. Para transmitirnos una reflexión sobre el país, sobre nuestra realidad, sobre el pasado que, según Griselda Gambaro, “entre otras sustancias de la ficción, nos dice cómo fuimos y cómo somos”, Perla Suez ha elegido el distanciamiento, la sobriedad de un estilo consolidado en el sutil ensamble de palabra y silencio. No sólo ha dotado a la voz del narrador de esa cuidada distancia que lo previene de todo sentimentalismo sino que la voz de la niña (desde la marginalidad, desde la humillación) se sostiene dentro de un mesurado temblor; no declama, su monólogo registra una resignada naturalidad que es precisamente uno de los mayores logros del libro.
El “Complot” se origina en oscuros laberintos personales y colectivos. Los hechos confluyen de tal modo que el lector asume que no hay salida, o que, de haberla, está tan certeramente encubierta que no podría hallarse.
Todo conspira: a cambio de nada se entregaba la Argentina a Inglaterra. Los negocios se asentaban en escrituras elaboradas según las leyes de aquel país que facultaba a sus representantes para vender, ceder, hipotecar y enajenar todos o cualquiera de los bienes rurales o urbanos relacionados con la expropiación de tierras dispuestas para el trazado de nuevos ramales de la Compañía de Ferrocarriles, favorables, a la vez, al envío de carnes hacia el puerto y de mujeres jóvenes destinadas a los burdeles finos de Buenos Aires.
La carne, hasta entonces, salía del país directamente por el río hacia Liverpool, en barcos que llevaban todo lo que resultara útil. Aún latas, en las que era envasada y reenviada, a alto precio, para nuestro consumo.
Simultaneamente, el poder y la impunidad crecían, enmascarados por las propias traiciones. “Desde que hay orden en el país (se refiere al golpe militar de 1930) tengo buenos contactos con el gobierno y en la aduana, le recuerda el inglés. Aquí nadie nos persigue. Estamos en la Argentina”.
Negocios “convenientes”, confrontación de intereses y apetencias, bodas, complicidades, fiestas para señores distinguidos de Buenos Aires y militares con uniformes de gala, discursos, crímenes, whisky, carreras de sortijas.
Acciones y diálogos tensados por la tragedia.
Personajes ambiguos, víctimas y verdugos a la vez, que olvidan lo que
fueron, que traicionan lo que pudieron ser, que reiteran errores.
No deja de ser revelador que esta novela sea la tercera de lo que su autora propone como una trilogía. “Letargo”, “El Arresto” y “Complot” comparten el espacio de ceibos y pantanos que recibió en la infancia. Las tres componen un tejido preciso de autobiografía y ficción y, definitivamente, preservan algo sagrado y frágil: la memoria.
Desde la advertencia, en “Letargo”, sobre ese río del Averno cuyas aguas hacían olvidar el pasado, hasta los aciertos de “Complot”, Suez decide recuperar sus historias, anunciar el signo contradictorio de la naturaleza humana, sugerir a los lectores que nos reconozcamos en la herida.
Diestra en acercarnos al paisaje, oscilamos entre naranjales, eucaliptos, molinos de agua, ciervos, un estanque con peces rojos, un río oscuro de surubíes o vidriado por el calor de las tardes y la desdichada condición de quienes lo habitan.
Pero hay un dato en la novela, significativo y luminoso. Está anotado en un cuaderno azul en el que se registran los envíos de La Lucera hacia Liverpool. Leemos una extensa enumeración de lo que llevan: cuartos enfriados, cornerd beef, sangre seca molida, cueros, astas, ovarios, testículos, riñones, hígados, y más, mucho más. Pero desechan algo que la avidez y la especulación consideran inútil. En el cuaderno azul consta:
Para consumo en el país quedan tripas y lenguas.
Hacia una lectura posible de la Argentina actual este detalle es, lo reitero, significativo y luminoso: lenguas y entrañas. Lo emocional y la palabra. Pulsión vital y libertad. Decir, y a plena voz, lo que se gesta en las tripas.
Muchas son las cosas que se llevaron, y se siguen llevando, pero nos queda – y nosotros lo sabemos – algo, precisamente en las entrañas y en la lengua, que no se puede destruir porque se opone al ocultamiento y a la muerte.
En “Complot” hay un personaje, tal vez dos, que en dominio de eso que nos queda, pueden explorar o inventar otros caminos. Asistidos siempre por el ejercicio implacable de la memoria, atravesar las sombras y transmutarlas.
Un río avanza entre dos orillas: hay quienes no pueden trascender el dolor personal (el inglés, Elsa, Jordán, Edels) y quedan adheridos a las turbulencias del semen y la sangre.
Hay quienes construyen una trama de tripas y de lenguas para cruzarlo. Una vía de acceso sólida, obstinada, que permita sobrevivir a los grandes naufragios y a los grandes desiertos, para refundarnos, concentrados en resistir, en impedir que la violación fundante se eternice.