Rosalía de Castro o el color de la Amargura – Por Hernán Isnardi.
Rosalía de Castro
—o el color de la amargura—
Por Hernán Isnardi
![]() Rosalía De Castro |
“…Al oír las canciones
que en otro tiempo oía,
del fondo en donde duermen mis pasiones
el sueño de la nada,
pienso que se alza irónica y sombría
la imagen ya enterrada
de mis blancas y hermosas ilusiones,
para decirme: -¡Necia!, lo que es ido
¡no vuelve!; lo pasado se ha perdido
como en la noche va a perderse el día,
ni hay para la vejez resurrecciones…”
Rosalía está situada Dios sabe donde. Sospecho y me atrevo a la conjetura. Sospecho, decía, algunas formas de ese “donde”. Tal vez una tormenta sin agua… esas que exceden en ruidos, en rayos, pero el agua no redime… nunca.
Sombras de Sombras dice que somos: “Esto qué importa a los que hemos traspasado nuestro límite”. William Blake responde en otro tiempo y espacio: “nunca sabrás cuanto es mucho mientras no sepas cuanto es demasiado”. Para comprobar un límite, hay que superarlo. Allí hay que empezar a buscar a Rosalía; del otro lado de cualquier algo. A los demás la tierra y el olvido.
Nace en España; en la hermosa Santiago de Compostela. Y si la abstracta fecha sirve de algo, un 21 de febrero de 1837. Mientras su nodriza es quien le enseña la lengua gallega, es la vida quien le enseña la soledad y el olvido. Sonríe y acepta. Siempre sonríe.
La poesía moderna española tiene su génesis en aquellos días y en esta mujer. En carne viva escribe y padece. Pasa por sobre los triunfos las tradiciones.
Escribe como Rosalía de Castro y nunca una métrica o una forma son su límite.
Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez se sitúan bajo su ala.
Tiene seis hijos por los que siente especial pasión; pero parte joven. Tanto delicada para el arte como en la salud. Vive en Madrid, Galicia y La Coruña. Muere en Padrón, no sin antes volver al mar. Su deseo congela a la muerte y vuelve… siempre. Las involuntarias tristezas van derritiendo la esperanza y a medida que se aleja del puerto, muere. A cada paso algo cae: un amor, un golpe, una miseria…
El ocaso y el fin: el hombre no es original.
Quién pudiera descorrer los velos de la eternidad, para saber si los sueños amorosos, si las ansias de inmortalidad, pudieron cumplirse en otro mundo.