Rimbaud: Un Volcán de “música atonal” en Busca de lo Desconocido – Por Tomás Barna.

“Ver lo invisible, oír lo inaudible”. “Mediante la poesía llegar a lo desconocido”. Estos pensamientos claves de Baudelaire se consuman en los poemas de Rimbaud. Sus Palabras Surgen como lava de un volcán en demoníaca erupción lanzándose fuera de la realidad, transfigurándose en imágenes. Lo “desconocido”, en Rimbaud, es un polo de tensión, y su percepción poética penetra en el misterio a través de una realidad conscientemente hecha trizas. El núcleo de su percepción no es el yo empírico, porque en su lugar actúan fuerzas subterráneas capaces de imponerse con violencia. Sólo con ese impulso se puede palpar lo desconocido. Y este movimiento interior del ser, él lo ha expresado así: “Porque yo… es OTRO”. Cuando la hojalata se despierta en forma de trompeta, no hay que echarle la culpa. Yo estoy presente al despertar de mi pensamiento; yo lo contemplo, yo lo escucho. Trazo una línea con el arco, y la sinfonía se mueve en la profundidad. Es un error decir: pienso. Habría que decir: “me piensan”. Estamos, pues, en el tobogán desde donde la poesía moderna se habrá de zambullir en el caos del subconsciente. Por eso Rirnbaud —como Nerval y Lautréamont— será considerado por los surrealistas como uno de sus tres grandes ascendientes. El impulso poético, en Rimbaud, comienza su actividad mutilándose, afeándose el alma, haciendo cristalizar la crueldad en su obra creadora —como lo hiciera en nuestro siglo Artaud—.    La poesía que nace de semejante operación es un lenguaje nuevo, un “lenguaje universal” —como lo denomina Rimbaud—. Es un tejido desprovisto de forma, compuesto por elementos disímiles: “extrañeza, arbitrariedad, asco y embeleso”. La belleza y la fealdad poseen el mismo valor, se hallan al mismo nivel. Todo reside en “la excitación y en la música”. Rimbaud menciona —en su poesía— la música, y lo hace sin cesar: “la música desconocida”; la música que oye “en castillos hechos de huesos”; “en la canción de acero de los postes de telégrafo”; en “el canto claro de la nueva desgracia”; “en la música más intensa donde se aniquiló el sufrimiento meramente armonioso” (aquí se manifiesta su ruptura con el romanticismo). Y esto es evidente porque cuando su poesía hace cantar a los seres y a las cosas, suenan gritos y rugidos que se intercalan en la canción y el canto, creando así una música disonante.

    En UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO, bajo el título de “Alquimia del Verbo”, Rimbaud escribe: “Yo ajustaba la forma y el movimiento de cada consonante, y —con ritmos instintivos— me enorgullecía de inventar un verbo poético accesible a todos los sentidos”. Mediante esa “magia verbal” logra enriquecer de matices a las vocales y nos permite captar las afinidades que establece entre las consonantes a lo largo de sus poemas. Y llega al colmo de la audacia cuando su voluntad de crear efectos sonoros domina a tal extremo sus poemas, que la frase surgida de esta búsqueda pierde todo sentido o adquiere una significación absurda, como es el caso de “Un hidrolato lacrimal lava”, o “Mi triste corazón babea en la popa”. Esto nos remite a la música atonal: la disonancia, creada por la contradicción entre el absurdo del sentido y la potencia de las sonoridades, permanece íntegra. Y un ejemplo aún más claro lo hallamos en esta frase del poema “Metropolitano” de ILUMINACIONES: “… et les atroces fleurs qu’on appellerait cceurs et soeurs, dames damnant de langueur” (“… y las atroces flores que llamaríamos corazones y hermanas, damas condenando de languidez”). Se advierte que resulta prácticamente intraducible, no sólo por lo absurdo en sí del original sino porque pierde vigencia la elaboración del lenguaje, de neto cuño musical. Esta frase es una sucesión abstracta de asonancias y aliteraciones. Rimbaud margina la coherencia, la lógica, creando sonoridades a fin de destruir la significación de las imágenes surgidas, Y es así como nos hace sentir que lo desconocido yace oculto en lo más profundo de la materia. Rimbaud ha descubierto que lo desconocido es inherente a la realidad sensible y que si a dicha realidad la desembarazamos del lastre de los hábitos e ideas preconcebidas. encontramos en ella la vibración de lo maravilloso.

    Rimbaud ha llegado, así, a “crear forma y materia” —como lo expresó Sartre—. Y poseyendo el poder de un vidente, consumó su desprendimiento de lo sensible al captar la unidad de las cosas, sintiéndolas en él, identificándose con ellas. De tal modo alcanzó —mediante la expresión poética— las regiones del silencio más puro.