Buzios – por Wilkes

I
Cansancio y recuerdo

El cielo está nublado y la playa, aunque no es tarde, ha quedado desierta.
Veo desde aquí, desde el prolijo jardín de Le relais La Borie, la mitad de la bahía de Geribá. La playa se extiende en un perfecto semicírculo en cuyos extremos se yerguen los morros bajos, protegiéndola con sus bases de piedra, de las olas orgullosas.
Un poco por detrás de los dominios de los surfers ahora ausentes, permanece quieto un barco pesquero que seguramente provee a los quioscos de la playa: “María María”, “Os Minheiros”, “Sol a Sol”…
Me han traído aquí el cansancio y el recuerdo. El cansancio porque, recuperado de mi última depresión, he puesto en marcha un proyecto para los próximos diez años de mi vida consistente en fundar un banco de la nada, con el cual aseguraré mi vejez y el provenir de mis hijos.
El recuerdo porque diez años atrás, cuando mi situación económica era próspera pero ya las flaquezas de mi ánimo anunciaban una crisis profunda, vine aquí a pasar unos días de descanso acompañado por mi mujer; como ahora.
Pero no es sólo el recuerdo de unas vacaciones ni el valor simbólico de volver para cerrar el ciclo de una depresión que tuvo aquí su punto de inicio lo que me trajo de vuelta a este lugar, sino ciertos curiosos sucesos que me tocó presenciar en aquel momento y que lejos de desvanecerse con el paso de los años, vuelven una y otra vez a mí reclamando ellos mismos un cierre, paralelo tal vez al cierre del ciclo personal que he referido.
Un jueves previo a la semana santa del año 1994, mi mujer y yo llegamos al escritorio de Varig en Ezeiza, con dos horas exactas de anticipación al vuelo que nos llevaría a Río de Janeiro. Adelante nuestro había ya varias personas haciendo la cola de rigor. Detesto hacer las reiteradas colas que imponen los viajes en avión, pero en este caso me propuse disimular mi irritación para no perturbar a mi mujer ya en el inicio de un viaje de descanso y placer que tenía además el propósito no declarado de mejorar el estado de nuestra relación, un poco erosionada por una serie de cuestiones que no vienen a cuento y seguramente tienen muy poco de original.
Para distraerme me puse a observar a los distintos personajes que nos precedían.
Una señora mayor acompañada por su hijo cuarentón, manifiestamente homosexual, ambos brasileños. Un matrimonio de nuestra edad, indudablemente porteño, emprendiendo un viaje con propósitos similares al nuestro. Un hombre fornido de aspecto alemán llevado en una silla de ruedas con una pierna rota, seguramente ejecutivo de una empresa brasileña que volvía a recuperarse a su país. Otro, canoso, algo mayor que nosotros, tal vez viudo, que viaja con su hija a Río…¿a qué?, ¿tal vez a visitar parientes?.
Me crucé varias veces con esas y otras personas de aquella fila en migraciones, el duty free shop y el embarque.
Llegamos puntualmente a Río donde nos esperaba un choffer que nos llevaría a la posada “Le relais laborie”. Pasó a nuestro lado el hombre canoso con su hija en dirección a la parada de remises.
Cada uno subió a su auto y no advertimos hasta la mañana siguiente cuando nos cruzamos para desayunar que ambas parejas íbamos a la misma posada.
Era tan fuerte la imagen de un padre con su hija, no sólo por la diferencia de edad sino por el aspecto infantil y algo mongoloide de ella, que tardamos dos días en permitir que esa imagen se fuera desdibujando. Dos días en los que nos veíamos durante horas, tomando sol en el jardín, yendo a la playa, turnándonos en el jacuzzi que había junto a la hamaca paraguaya en la que solía dormir mis siestas nutridas de caipirinhas.
La actitud de él no autorizaba a pensar que no fuera padre de la joven, excepto por el hecho que ese no era un lugar para un padre y su hija.
A la lectura y la observación del resto de los huéspedes, mi mujer y yo agregamos un nuevo entretenimiento: las especulaciones sobre la curiosa pareja.
El domingo de ramos, luego del desayuno, nos acomodamos en dos reposeras que ya había tomado la precaución de adjudicarme para evitar que otro las ocupara, dejando para ello mis libros y un par de toallas, y poco después la curiosa pareja ocupó las reposeras vecinas.
Las reposeras estaban alineadas a lo largo de un cerco que separaba el jardín de la hostería de la playa, de modo que los vendedores ambulantes podían acercarse a hacer sus transacciones con los huéspedes sin entrar en el predio.
Ostras frescas, camarones, bolinhos de catupirí, nada escapó a mi curiosidad gastronómica o si quieren, al apetito que mi ansiedad mantiene permanentemente insatisfecho.
Estaba yo leyendo cuando un mulato como tantos, jóven y atlético, se apoyó sobre la baranda y llamó a mi vecina.
La joven se acercó y pude escuchar la siguiente conversación:
-Carina, todo arreglado. Los espero en una hora en el bote que está frente a Minheiros.
-Bueno, ahí estaremos.
El mulato se fue casi corriendo y el diálogo siguió con el hombre.
-¿Preparaste el bolso Carina?
-Sí, llevo pocas cosas…
-Trajiste pocas cosas, pero no lleves todo. Que queden cosas en la habitación.
-Sí
-Yo voy a preparar el mío, todo tiene que quedar igual.
-Sí, apurate.
Llegó la hora de almorzar y decidimos ir a Mineiros, que quedaba a 200 metros de nuestra hostería en dirección a Ferraduriña. Nos sentamos en una mesa cerca de la playa desde donde podíamos ver al joven mulato charlando con otros lugareños junto al bote.
Un rato después vimos acercarse a la pareja. Carina saludó al mulato con un beso en la mejilla . Cargaron los bolsos en el bote, y ambos ayudaron al mulato a meter el bote en el agua. Remaron en dirección a un barco que se encontraba anclado a trescientos metros de la costa, probablemente el mismo barco pesquero que referí al inicio.
Una vez que lo alcanzaron, la pareja subió a cubierta y el mulato volvió a la costa.
Supuse que el barco se rentaría para hacer excursiones, lo que me pareció interesante, de modo que me acerqué al mulato para preguntarle horarios y precio, pero él simuló no entenderme, dejó el bote en la costa y casi corriendo se perdió en el caserío que se encuentra en el rincón de la bahía, único lugar que aún no fue ocupado por posadas o chalets.
Volvi a la mesa y mientras le comentaba a mi mujer lo ocurrido, el barco desapareció tras el morro sin que lo advirtiéramos.
No volvimos a ver a la pareja pero al día siguiente mientras desayunábamos, entraron al comedor dos policías acompañando a otras a tres personas. Eran dos hombres y una mujer. Uno de los hombres y la mujer eran argentinos y vestían de un sport muy formal para el lugar. El tercero era brasileño y vestía traje. Hablaban animadamente con la conserje en un rincón. Me pareció escuchar que hablaban de la pareja y mientras lo hacían, una mucama vino desde la zona de las habitaciones y les informó que en el cuarto se encontraba el equipaje pero que la habitación no había sido usada la noche anterior.
El hombre de traje pidió a la conserje un lugar para interrogar a los huéspedes que a esa altura seguíamos la conversación sin disimulo, pero la conserje se negó pidiendo que no se nos importunara. Entre tanto los argentinos especulaban sobre el posible rumbo que podría haber tomado la pareja, teniendo en cuenta que se trataba de un lugar no demasiado grande e insular.
Finalmente la conserje acordó con el probable funcionario que se interrogara sólo a los huéspedes presentes, en sus respectivas mesas.
Nos tocaría entre los primeros pero tuvimos tiempo de decidir que no diríamos nada de lo visto, más por insistencia de mi parte que por convicción de mi esposa. Yo sostuve que de ese modo evitaríamos que nos citaran a declarar en Buzios o Río de Janeiro, lo cual arruinaría nuestra corta estada, y que si de algo estábamos seguros es que la joven actuaba con total naturalidad y libertad ya que nunca habíamos percibido en sus gestos la más minima señal de inquietud, salvo quizás el último día en que sí se los veía algo ansiosos.
Pero había algo más que guardaba para mí y era cierta simpatía por ese hombre con el que sin saber por qué, me identificaba de algún modo. Tuve presente además aquel principio porteño que nos enseña que “el hombre para ser hombre no debe ser batidor”.
Miré por la ventana y vi al barco pesquero anclado en el mismo lugar. Con los datos que teníamos los hubieran encontrado enseguida, pero según lo acordado respondimos a las preguntas del funcionario de un modo vago e impreciso y hasta me atrevi a hacerle algunas preguntas. Pregunté si eran delincuentes peligrosos y fue la mujer argentina la que se apresuró a contestarme que no, de ninguna manera lo eran. Se trataba de una cuestión de familia. Se la veía muy molesta y yo sentí una satisfacción inversamente proporcional a su estado de ánimo.
Nuestra versión de la historia cambió. El hombre se escapaba con una jovencita y su esposa, la mujer argentina -perfectamente podía serlo-, lo perseguía por abandono de hogar. Esa fue nuestra primera versión, pero duró poco. Mi esposa me hizo notar que era difícil que se realizara un procedimiento policial internacional por abandono de hogar. No, la joven era menor y era a ella a quien buscaban por una cuestión de tenencia o, agregó mi mujer, porque se había escapado con ese “viejo degenerado”.
Luego llegaron otros funcionarios que realizaron un procedimiento en la habitación de la pareja y retiraron todas sus pertenencias.
Mas tarde hablamos con el conserje y obtuvimos la versión auténtica: la mujer argentina era efectivamente la esposa del prófugo. El pobre hombre estaba bajo tratamiento psiquiatrico por depresión y hacía unos días había desaparecido. De la joven que lo acompañaba nadie sabía nada pues no se había registrado en el hotel. Evidentemente no era menor ya que había podido salir del país pasando por migraciones sin dificultad.
No pude dejar de pensar en aquel hombre con quien sorpresivamente tenía tantas cosas en común: la porteñidad, la edad, la depresión, el ansia de huir…¡cuántas veces había tenido la fantasía de huir! Ese hombre no exteriorizaba ningún sentimiento respecto de la joven porque nada sentía por ella. Su único anhelo era huir, desaparecer, descansar libre de presiones y sabía perfectamente, como lo sabía yo, que esa joven que tal vez por un rato llenó su vacío afectivo, pronto sería una carga.
Por eso sólo exhibía hacia ella un trato cordial y afectuoso pero distante. Su mente y su mirada estaban en otra parte, lejos también de ella, ya seguramente motivo de una nueva culpa.

II
Brasil

El rumor del mar, el sol, la sombra, los morros, el coco helado, los bolinhos de catupiry. Tudo bem.
Aún en la elegante “Relais laborie” por lo menos la mitad de la ropa que cargué en aquel momento resultó innecesaria igual que hoy.
La amable y despreocupada respuesta de los lugareños a nuestros requerimientos contrasta con nuestras tensiones y nos lleva poco a poco a una frecuencia más baja en nuestro ritmo interior. Tudo bem.
¿Qué porteño no fantaseó alguna vez con comprar una sombrilla y ponerse a vender cocos?.
Pues aquí hay muchos porteños que lo han hecho y pasados los años siguen siendo porteños. No se escucha de ellos el tudo bem natural en los nativos. Sus negocios son idénticos, su servicio no es mejor, sin embargo evidencian una tensión, una exigencia, una fingida despreocupación que los distingue.
Es duro admitir que un velo invisible nos acompaña, rodea y pone límite a nuestra capacidad de relajación vedándonos la naturalidad. Ese velo requiere de un exorcismo cuyo rito desconocemos.
En mis visitas anteriores a Brasil casi me dejé seducir por esas fantasías, pero tal vez a mi pesar, advertí la existencia de ese velo y me hice escéptico al respecto. Mis últimas fantasías de fuga se orientaron al norte o al sur pero siempre dentro de Argentina, y nunca encontré en esas fantasías el lugar donde afincarme, porque ese velo también nos impide dejarnos absorber por la calma provinciana.
El brasileño con su música, su fútbol y su carnaval, igual que el criollo con su pampa o sus ríos, sus caballos o su botes, sus vacas o sus peces, tienen una identidad que nosotros, porteños de clase media oficinista, no tenemos mal que nos pese, a menos que esa identidad radique precisamente en el sentimiento de su ausencia, en esa nostalgia que sólo permite que nos identifiquemos en la tristeza y el escepticismo que el tango refleja tan bien.
Con estas consideraciones a cuestas y como ya dije, en los inicios de una depresión, vine a estas playas hace diez años buscando descansar y disfrutar de unos días de sol.
Curiosamente un semejante, un par, llegaba a estas mismas playas a iniciar una aventura, a huir, a intentar refutar mi tesis, tal vez sabiendo de antemano de la existencia de ese velo, como lo sabía yo. Conozco a otros que lo han intentado. Todos fracasaron. Hoy andan por ahí, haciendo malabarismos con sus finanzas, endeudados, rebuscándoselas resignados, y ya definitivamente excluidos del circuito mayor que abandonaron.
Yo estuve cerca, muy cerca de hacerlo. No sé si la providencia, mi instinto de supervivencia o mi cobardía evitaron que traspasara ese límite, pero lo cierto es que llegué al límite más de una vez, pero no lo crucé. Al contrario, cada vez volví, con imaginación y audacia, a sorprender a quienes me rodeaban y a esos eternos juzgadores (¿existen realmente?) con nuevos proyectos, nuevos cargos y honores, nuevas íntimas claudicaciones.
Mi proyecto del banco es el primero auténtico, propio, mío, por eso aún cuando la aventura de aquel hombre despertó mi interés, no veía en ella el ideal que hubiera visto en otro momento, sino a alguien que habría de ser derrotado en la justa en la que a mí me tocará triunfar.
Sin embargo él se había internado en el Brasil y yo seguía en mi reposera, sobre la grama, frente al mar, observando ese mismo Brasil inmediato e inalcanzable, cuyos sabores y olores había llegado a percibir en los quioscos de la playa y en las calles periféricas ahora de Buzios y otras veces de Bahía, Florianópolis o Río de Janeiro.
Caía la tarde y llovía levemente. Me encontraba recluido en mi cuarto frente al televisor y junté fuerzas para caminar hasta el comedor del hotel, donde tomé un té brasileño con una torta universal, mirando el mar y esos morros detrás de los que la vida de los lugareños continuaba tranquila. ¿Absorberían en su rutina a aquel porteño exiliado?. ¿Aprendería él a dejarse mojar despreocupadamente por la lluvia, como hacen ellos?. ¿Descubriría que esta lluvia es distinta de aquella que en Buenos Aires nos hace correr buscando refugio en los recovecos de las veredas mezquinas, cuando sorprende nuestro andar formal y elegante por sus calles?.
Nos quedamos cuatro días más en los que fui postergando de la mañana a la tarde y de la tarde al día siguiente una excursión al interior de Buzios con el propósito de encontrar el lugar de amarre del barco pesquero y cruzarme “casualmente” con aquel hombre. Mi voluntad no respondió, doblegada por la pereza. Sí me ocupé de buscar por la playa al mulato durante mis caminatas hasta el fondo de la bahía, pero no volvi a verlo.
Volvimos a Buenos Aires un viernes por la noche.
Los diez años que siguieron podrían describirse como ricos y variados por algún observador desprevenido: cambié varias veces de trabajo, pasé por importantes cargos públicos y adquirí cierta notoriedad; pero lo cierto es que transité el oscuro, angustiante y peligroso camino de la depresión, perdí casi todos mis ahorros y pensé varias veces en suicidarme. Sin embargo hice todo con tal discreción que a mi lado nadie lo advirtió, con lo cual agrego entonces a los pesares descriptos el de la soledad.
Diez años más tarde, me encuentro nuevamente en Buzios, observando el barco de pescadores al fondo de la bahía y me pregunto qué habrá sido de aquel hombre.

III
Rúa das Pedras

Es casi una escenografía teatral al aire libre. Cuatro o cinco cuadras pintorescas plagadas de negocios y restaurantes, donde se escucha por igual el porteño y el brasilero.
En una pequeña mesa, tres hombres de mi edad, con pelo largo y dos de ellos con colita, charlan vehementes, gesticulando y confirmando en cada expresión que son porteños. ¿Estará aquel hombre entre ellos?. Seguramente tendrá un negocito como tantos.
Camino varias veces Rúa das pedras y su paralela, pero no lo veo.
Hay mucha gente pues entramos en Semana Santa. Los turistas argentinos compran y gritan; los brasileños no se quedan atrás. Me cruzo con una pareja, ella lleva un mate y un termo, son uruguayos. No faltan americanos y veo más de un grupo de franceses. No podría ser de otro modo ya que este lugar fue descubierto por Bigitte Bardot hace más de cuarenta años, inaugurando la gesta colonizadora de los porteños que la siguieron. Chez Michou es el emblema y paradigma de aquella conquista.
Un par de jóvenes que vino a vender panqueques en la vereda y hoy tienen el lugar más concurrido de Buzios, por supuesto dedicado a la venta de panqueques.
No tengo ninguna referencia para preguntar por aquel tipo y francamente no me lo imagino aquí. No tenía aspecto ni fibra de comerciante. Tal vez esté entre los pescadores en las periferias de Buzios.
Me será muy difícil enontrarlo mientras siga recluido en “Le relais” y salga únicamente para recorrer rutinariamente estas pocas cuadras de la “Rúa”.
Además mi recuerdo de ambos es vago; la contextura de él era bastante común: delgado, nada corpulento, canoso y de pelo escaso ya en aquel entonces. La gente aquí no engorda, los hombres al menos.
El recuerdo de ella es más claro. Era una joven regordeta, de rasgos mongoloides aunque bonita. Creo que me sería más fácil reconocerla a ella que a él. Por otra parte, diez años en esa joven habrán tenido un efecto menor sobre su saludable y redondeada estructura, que sobre la de él.
¿Y si los viera, qué les diría?, ¿que los vi huir y los protegí?. Debo cuidar de no aparecer soberbio. Nada sonaría peor que un “están aquí gracias a mí” que por otra parte no sé si a esta altura será para ellos motivo de alegría, suponiendo además que sigan juntos, cosa que estimo poco probable.
Luego de cuatro cuadras en dirección de Joao Fernández, la pequeña playa del lugar, Rúa das Pedras deja de ser peatonal. A mano izquierda se encuentra la nueva rambla y el mar orlado de botes y barquitos. A mano derecha sobre la ladera del morro las pozadas tradicionales: Aguas Brancas, Byblos y otras, todas ampliadas y remozadas, lucen imponentes con sus estilos ecléctico, oriental, mediterráneo.
Pasa a nuestro lado una típica familia porteña. Gritan. El hombre camina con suficiencia luciendo una remera absurda; la mujer discute con el hijo menor, un mocoso de unos nueve años, mientras la hija, pocos años mayor que él, camina como una autómata con su discman y cada tanto interviene en la conversación. El chico quiere ir a un locutorio a meterse en internet, quiere una máscara de buceo, quiere, quiere, quiere, lo que le dá pie a la madre para gritar a los cuatro vientos que el chico tiene, tiene, tiene…y así se pierden entre la gente, repitiendo para su público rotativo la escena que el hombre no maneja y la hija no soporta pero seguramente incorpora para cuando le llegue el turno de gritar que su hijo tiene, tiene, tiene.
El olor a porro nos invade y me arrastra a otros tiempos. Han pasado decenas de años, pero ese aroma aún está ahí, fresco, para recordarme a Led Zeppelin y Yes, al chevy de papá, a Almendra, a Willy, Julio, Fernando, Fresquita y Guillermo, al Sargento Alderete y a Juan Domingo Ramos, fusilado en una guardia por accidente. ¿Por qué estaba en el calabozo?. Estaba siempre preso, ya la droga lo había liberado de ciertos frenos indispensables para ser un colimba convencional. Estar preso significaba en la práctica andar por la cocina de la guardia con los borceguíes sin cordones cebándole mate al jefe de guardia; y en eso estaba Ramos cuando Abel que volvía de la recorrida de rutina pasó por la cocina descolgándose del hombro la ametralladora Pam y Pum!. La Pam hizo Pum! Y perforó al pobre Ramos, de nombre Juan Domingo como El General que acababa de regresar de su exilio. A Juan Domingo no lo vi más y a Abel tampoco. A uno lo enterraron y al otro lo escondieron no sé dónde.
-¿En qué pensás?-
-Qué lindo es Buzios de noche…pero no viviría aquí. Flaco ¿Tenés un diario de Buenos Aires?
-Sí, de anteayer.
Es curioso cómo se repiten los temas y cómo los medios y la política logran darles siempre una apariencia de novedad.
Otra vez es el problema de la seguridad el que ocupa la primera plana y otra vez, como si fuera la primera, se prometen sanciones para los policías y un nuevo sistema de ……. y dentro de unos días el tema será el racionamiento de la electricidad o…
-¿Es seguro Buzios?
-Sí, aquí nao tein problema. Muito seguro.
Estuve dos años recluído en mi despacho del ministerio. Sólo salía en auto y con chofer para ir a otros despachos o a los aeropuertos, con motivo de mis viajes oficiales. Afuera la argentina se derrumbaba.
Un mediodía sobre el final de mi gestión salí a caminar. ¿Qué había pasado en la city por la que había transitado como por mi casa durante más de veinte años?. ¿Quién era toda esa gente en la calles?. Bancos escondidos detrás de empalizadas y alambrados, tribus de cartoneros que llegaban al atardecer, piqueteros de distintos bandos trasladándose por la calle Florida con sus bombos y pancartas a cortar la Avenida de Mayo o a acampar en la Plaza de Mayo. Otra Buenos Aires, más real tal vez, cuyas vidrieras elegantes y bancos modernos no alcanzaban a disimular lo que somos, pero aquí sí, en Buzios sí. En Buzios la porteña grita que tiene, tiene, tiene y en Buenos Aires le gritará al chico “portate bien como en Buzios, Buzios, Buzios” para que la escuchen los cartoneros y nosotros otra vez.
Aquí, Buenos Aires se recupera y vuelve a ser la que fue: soberbia, elegante, superior. Pero no se recupera en la memoria conciente, abrumada aún por el desconcierto, la angustia y la incertidumbre. Se recupera en nuestros gestos, en nuestra suficiencia, en nuestra soberbia, cuando entramos a un negocio o un restaurant.

IV
Encuentro

Caía el sol. Habíamos empezado una caminata. A Elisa le gusta caminar por la playa. A mí sólo a veces, y éste no era el caso. Cuando pasamos por Minheiros le pedí que siguiera sola y me senté a tomar una cerveza mirando el mar.
-Buenas tardes-me saludaron en un perfecto porteño.
-Hola-contesté y al volverme para ver al mozo me encontré con aquel hombre. Mucha fue mi sorpresa y él lo percibió porque sonrió y me dijo:
-Sí, soy yo, ¿cómo está? Tanto tiempo…
-Sí, tanto tiempo ¿cómo me recuerda?.
-Es que aquellos días son imposibles de olvidar, además usted nos vió subir al barco. ¿Sabe?, cuando me dí cuenta de que usted nos observaba pensé pedirle que no dijera nada, pero me pareció innecesario. Estaba seguro de que no iba a decir nada. Yo también lo observé los días anteriores, igual que usted a mí.
-¿Sí?, no me dí cuenta.
– Y no me equivoqué. Supe que lo interrogaron y mantuvo reserva. El hombre para ser hombre no debe ser batidor.
-Já! Pensé lo mismo en aquel momento. ¿Y…cómo está?
-Bien, bien.
-¿La piba? Perdón, si soy indiscreto…
-No, para nada. La piba, …la conocí en Buenos Aires unos días antes de venir, laburaba en un cabaret. Yo ya estaba planeando pirarme y ella me contó que quería venir a Buzios, tenía amigos aquí, así que me vine con ella. El acuerdo era que yo le pagaba el viaje y ella ayudaba a esconderme.
– Le confieso que me acordé muchas veces de usted.
-¿Que va a tomar?.
-Una cerveza y usted ¿me acompaña?.
-Sí, pero tengo que estar atento al negocio. Juancito…traenos dos cervezas bien frías.
-¿Trabaja acá?
-Sí, en realidad el quiosco es mío, aunque casi no vengo, tengo un encargado, pero hoy está enfermo.
-¿Anda bien?.
-¿El negocio o yo?.
-Los dos…salud
-Salud…sí, mire, el quiosco trabaja y acá no se gasta en nada así que estoy tranquilo en ese sentido. ¿Y usted?.
-ja….¿Yo?…acá…si, no sé, en esta playa y con esta cerveza no me puedo quejar.
-¿Me acepta la misma respuesta?.
-Sí, …en realidad…no. Usted se fue de Buenos Aires hace diez años.
-Es cierto, y usted se quedó. Extraño Buenos Aires y a usted lo debe tener podrido como me tenía podrido a mi. ¿No?.
-Es cierto, muchas veces pensé en tomármelas pero…
-¿Pero?.
-Usted sabe…
-No, no sé, yo me fui.
-Sí, tiene razón, usted se fue, usted lo hizo, debe estar cansado de encontrarse con porteños que casi lo hicieron ¿no?.
-No, espere, no lo digo con petulancia, al contrario, yo me fui y usted se quedó. No sé cómo es quedarse…cómo hubiera sido…no sé…
-Yo tampoco sé cómo hubiera sido haberme ido. Pero ya no lo haría, ya no…Usted podría volver si quisiera…
-Si, ¿sí? no sé. Yo me fui porque no podía quedarme…
-Pero me dijeron que se fue por una cuestión de ….
-Sí, estaba pirado, con depresión, ¿eso le dijeron?.
-Sí, eso…no sé si es verdad.
-¿Usted qué cree?.
-Creo que sí, que es verdad, me vi reflejado en usted, usted no se fue, se escapó ¿no?.
-Me fui, me escapé, me liberé, me encerré, me suicidé, me … no se cuantas cosas me dije y…me dijo cuando me encontró unos meses después de aquel allanamiento, pero en realidad lo único que hice fue irme. Nunca pretendí llegar a ningún lado, sólo irme y eso lo hice, tuve que hacerlo, quise hacerlo, lo deseé con toda mi alma y una tarde o una noche o esa misma mañana me rajé.
-¿Cómo hizo?.
-No sé cómo hice, nunca pensé que me animaría, pero ese lunes…todo empezó el miércoles anterior, bah, todo empezó mucho antes de eso, pero la huida empezó ese miércoles. A la noche iba a jugar al fútbol pero metí en el bolso más ropa de la necesaria. Salí de casa al trabajo con un bolso grande y no jugué esa noche, dije que me sentía mal, y no llevé de vuelta el bolso a casa, lo dejé en el auto y al otro día lo bajé en la oficina, por las dudas…
-¿Las dudas?.
-Sí, por si decidía irme. Varias veces pensé en irme pero siempre me preguntaba cómo hacerlo. Cómo hacer el bolso, qué cosas llevarme, qué decir, cómo decirlo, pero ese miércoles a la mañana de pronto me encontré con la solución a medida que preparaba el bolso para el partido. Fui metiendo cada vez más cosas en el bolso, cambié de bolso, y llegó un momento mágico en que me dije ¿hay algo más que quisiera tener en este bolso si ya no volviera a casa?. Agarré algunos libros y listo, nada más había que pudiera extrañar. Cuando salí de casa mi mujer me saludó como al descuido, igual que siempre y yo me fui a trabajar.
-¿En qué trabajaba?.
-Era contador de una empresa. Una empresa mediana grande. Me iba bien, ganaba bien, pude incluso ser gerente general, pero empecé con la depresión, en realidad ya la tenía y se me agravó en el momento en que se hizo la reestructuración. Yo era el candidato para el cargo pero, no sé, me caí anímicamente, me recluí en lo más rutinario de mi trabajo y cuando llegó el momento que los dueños decidieran ya casi me habían descartado. Yo me sentía aliviado. De todos modos me preguntaron si quería el cargo y yo…¿cómo se llama usted?
-Raúl ¿y usted?
-Oscar, …y yo Raúl no quería nada, nada más que estar sólo. Así que les dije que prefería seguir a cargo de la administración, que allí les sería más útil, bla bla bla…que no me rompieran las bolas Raúl, eso quería.
-¿Y en su casa qué le dijeron?.
-En casa a nadie le importaba un pito, lo más triste fue con mi secretaria. Teníamos un romance incipiente, apenas insinuado, que crecía por la noche cuando me iba a dormir y me refugiaba en las fantasías que ella me inspiraba. Pero desde que se hizo evidente que yo sería el Gerente General, ella se entusiasmó, se agrandó, y ese romance incipiente, apenas insinuado, siguió insinuado pero cargado de miradas y de gestos muy sugestivos. El poder nos excitaba. Fantaseábamos con el despacho y el escritorio grande y toda esa boludez, hasta que yo me empecé a caer, a apagar y ella a desesperarse silenciosamente. Su mirada pasó de la seducción al desprecio, ya no se arreglaba y apenas si me hablaba cuando no le quedaba más remedio. Me contestaba con un tono que rayaba en la falta de respeto, y eso sí me pegó. Me encerraba en la oficina, hacía dibujitos durante horas y me invadió una bronca bárbara que se extendió a mi casa. A nadie le importaba de mí, sólo por interés se ocupaban en lo que hacía, y hasta en eso poco y nada.
-¿Entonces?.
-Entonces empecé a soñar con irme. Esa era la fantasía en la que me refugiaba todas las noches. Irme a cualquier lado, estar solo.
Como le decía, esa noche no jugué al fútbol. Me fui a caminar por el centro. Caminé por Florida hasta galerías Pacífico, entré, y salí corriendo. Todo en ella me parecía una provocación. Una exhibición obscena de las cosas que ya no tendría.
-¿Por qué eso?.
-Porque esa noche asumí que iba a dejar todo, y me hacía bien pensarlo, pero estar frente a los símbolos de ese todo me dio miedo, así que salí enseguida, caminé por Florida hasta Paraguay, y doblé a la izquierda. Caminé algunas cuadras y vi unos cabarets sobre Suipacha o Esmeralda, no recuerdo. Entré a uno que ni sé como se llama. Era temprano, casi no había gente y se me acercó una minita. Nos pusimos a charlar, me contó de su proyecto de ir a Buzios. Estaba juntando la plata para el pasaje. Me contó del lugar y sus amigos y en ese momento encontré el lugar.
-¿Qué te decidió? ¿te puedo tutear?.
-Claro, no sé que me decidió. En realidad no me decidió nada en particular. Nunca había tenido un lugar, un nombre para ese lugar cualquiera en el mundo a donde irme y ahora lo tenía: Buzios. ¿Por qué? Porque sí. Todos mis anhelos ahora estaban en Buzios, sus playas, sus bares, sus ostras, sus…todas las cosas que me contaba la minita. Entonces le pregunté “¿si tuvieras la plata para el pasaje, cuándo te irías?. “Ahora”, me contestó, “Ahora mismo, tengo el bolso preparado”.
Seguimos charlando y yo no le dije más nada, pero le prometí que volvería. Sonrió, supongo que todos le dicen lo mismo. No salimos esa noche. Pero no dejé de pensar en ella.
-¿Entonces?.
-Pasé todo el fin de semana dando vueltas por la casa de un lado al otro. Nadie advertía lo que me pasaba. Una densa rutina me protegía. La cortés indiferencia de mi mujer se convirtió en mi aliada. Fue un fin de semana como cualquiera, y el lunes salí como cualquier día, me fui al laburo, saqué plata del banco, cambié unos dólares y a la salida del trabajo me fui a caminar. Anduve por Plaza de Mayo, bajé por Av. de Mayo hasta Florida, caminé por Florida hasta Corrientes y por Corrientes hasta Paraná, entré en varias librerías, compré un par de libros, paré a tomar un café en La Paz, después fui a cenar a Pippo. Me dije “esta es la última tira de asado” y me pedí una especial doble caballo con un vinito tinto de la casa.
-Ja! Yo hubiera hecho lo mismo.
-Después me fui caminando tranquilo para el Cabarute, la piba me había dicho que iba a estar. Entré y no la vi. Sentí que el mundo se me caía encima, pero ella me vio a mi y se acercó por atrás. La vi, la abrace y le dije “¿vamos?”, “¿a un telo?” preguntó. “A Buzios” le dije y la cara se le iluminó. Me pidió que la acompañara a la pensión a buscar el bolso. Era por el Once, tomamos un taxi, yo me quedé en el auto y ella bajó enseguida con su bolsito. “¿Cómo vamos?” me preguntó. No lo había pensado. Y había dejado el bolso en el auto en la cochera, así que fuimos con el taxi hasta la cochera en Reconquista entre Corrientes y Sarmiento, agarré el bolso y nos fuimos a Retiro. Eran las doce cuando llegamos a la terminal. No había micros a Río para ese día, así que tomamos otro taxi y nos fuimos derechito a Ezeiza.
Había un vuelo a las 7 de la mañana y había lugar. Sacamos los pasajes, hicimos migraciones, nos buscamos un lugar cómodo y nos tiramos a dormir. Esa tarde estábamos en Buzios. En Le Relais Laborie. ¿Por qué allí?. En la cola para embarcar alguien me lo recomendó. Cuando llegué me dijeron que tuve suerte, habían cancelado una reserva así que nos alojamos allí. Lo demás ya lo conocés.
-No, contame como siguió.
-Ahí viene tu mujer. Vení mañana a la tarde.
-Ok.
Me dejó inmediatamente y cuando llegó mi mujer no había rastros de él. Mientras caminábamos le conté brevemente del encuentro. No se mostró muy interesada. Me preguntó por la chica y cuando le dije que no seguía con él, pareció perder interés.

V
Mañana de sol

Me sorprende con qué rapidez logro convertir cualquier circunstancia en rutina. Alguien desprevenido podrá encontrar en esta observación un sesgo crítico, pero no es así. Ya no. He comprendido finalmente que atrapar la vida, vivirla plenamente, es decir vivirla como a mí me gusta, consiste en convertirla en una rutina. Claro que disfruto de lo efímero, de lo ocasional, de lo novedoso, pero lo disfruto como algo inasible, provisorio, ajeno. Entonces lo disfruto con angustia, con ansiedad, y quiero aprehenderlo pero sé que es imposible, no lo conozco, no lo domino, no me pertenece, no me responde, se irá inevitablemente, se está yendo antes de que sea conciente que lo estoy disfrutando, y no importa cuan fuerte cierre mis ojos, con qué intensidad y técnica combata al pensamiento, se va y se fue. Ayuda el whisky, el vino, el vodka; nada como la marihuana, única dueña del tiempo, pero ya me es ajena. Ayudan a resistir, a hacer que ese instante sea más largo, pero instante al fin se está yendo desde que comenzó, a menos que la rutina lo atrape, lo venza, me permita apropiarlo, y entonces apagados los fuegos de artificio de la ilusión, ese instante, esa impresión, sin euforia ni ansiedad, mansamente se convierte en vida.
Esta mañana de sol, otra mañana de sol como las anteriores, ya no me sorprende, ya no me inquieta. Esta mañana de sol es bella. Seguramente casi tan bella para mí como para él, que se habrá levantado rutinariamente como todas las bellas mañanas de sol y, como yo por fin, sin prisa, habrá hecho lo de siempre.
Lo de siempre para mí es levantarme temprano, tomar los libros, buscar dos toallas y apresurarme a marcar mi territorio de siempre en el jardín de la hostería, a la sombra y cerca de la hamaca paraguaya. Luego sentarme a la mesa de dos que está junto a la ventana para desayunar. Leo mientras tomo mi primer té hasta que ella llega, y mientras come sus tostadas yo me preparo un plato de queso con miel y dos rodajas de melón. Es que estoy a régimen y así será hasta el mediodía.
Junto a esa mesa, hace diez años colgaba de la pared un cuadro de Napoleón, y nos atendía un humilde y sonriente mozo llamado Wellington. Hoy no está ninguno de los dos. Estoy solo yo, yo solo, solos los dos, cada uno de los dos está solo. Estamos solos de a dos. El también está solo. No vi soledad en su cara, su mirada no era la de un hombre solo. Hablaremos de eso esta tarde, ahora me queda leer, comer, esperar, dormir, estar.
-Raúl!, aquí.
-Hola, ¿tomando sol?.
-Claro, esta es la mejor hora. Para mí, claro. Ellos toman sol todo el día. Yo sólo a esta hora. Me gusta este último calorcito. Vamos a tomar una cerveza.
-Sí, ¿estás solo?.
-Sí ¿por?.
-Me refiero a si estás solo o en pareja, si tenés a alguien…
-Ah, no, sí, que se yo…acá hace calor casi siempre, las casas son abiertas, dormís en cuero y no te dan ganas de dormir apretado y todo eso…
-¿Entonces?.
-Que sí, que tengo una relación, pero ella vive en su casa y yo en la mía. Aparte de eso, cada tanto se te da una … las mulatas son cariñosas.
-O sea que no estás solo.
-Estoy solo y no estoy solo.
-Yo estoy al revés.
-Lo mío tampoco es una maravilla. ¿Con quién hablo?, ¿de qué?. Nadie me rompe las bolas.
-¿Que más querés?.
-Que me rompan un poquito las bolas de vez en cuando. Por suerte mi mujer viene cada tanto y me rompe las bolas, pero también me ordena el bulín, me mira buscando…
-¿Buscando?.
-Sí, buscando una expresión que delate una pasión, un romance, un algo, pero como yo me aburro feliz y todo me chupa un huevo nunca descubre nada y… ¿te digo la verdad?.
-Claro…
-Es cuando mejor me siento, cuando me siento hombre de verdad, cuando me siento …que se yo…
-¿Cuándo?, no entiendo.
-Cuando ella me mira así, sospechando que tengo algo, me mira disimuladamente pero me clava la mirada un segundo y yo cambio ligeramente mi cara de embole porque me sale un entusiasmo y sé que mi expresión cambia ligeramente como para que ella se quede con la duda y tenga ganas de volver. Termino riéndome a carcajadas y ella me pregunta “¿de qué te reís boludo?” y yo me doblo de risa, me ahogo y me caigo en la silla; a ella le aparece también una expresión de risa y bronca y me tira con un almohadón. A veces terminamos haciendo el amor…
-¿En serio?.
-Sí, después andamos contentos unos días, hasta que le vuelve lo agrio y empieza a romper las bolas con los chicos y yo me las tomo; se vuelve y yo me quedo piola.
-Increíble…pero ¿cómo hacés?.
-¿Cómo hago qué?. Yo no hago nada, yo no hago nada, yo nunca hice nada…bah…lo único que hice en mi vida fue empezar a poner cosas de más en un bolso para un partido de fútbol, total ni un gol hice en mi vida…
-Yo tengo la misma sensación, pero yo hice un montón de cosas, un montón, pero nunca…
-Raúl, yo no voy a asumir el rol del tipo que lo logró, yo no logré un carajo…excepto…tal vez…que me importe un carajo no haber logrado un carajo…ese es mi logro…y no me gusta salirme de ahí. Me rompe las bolas que todos los argentinos que vienen idealicen esto. Pensé que vos entendías…
-Sí Oscar, te entiendo, entiendo, yo estoy bastante contento ahora…
-¿Ahora?.
-Sí, ahora que salí de la depresión y me está yendo bien.
-¿En qué te está yendo bien?.
-Ahora por fin soy un hombre, maduré.
-¿Se sale de las depresiones?.
-Sí, creo que sí, el asunto es entender cómo se entra, para no caer de nuevo.
-¿Creés que es tan fácil como así?
-No, no sé si se sale y si se sale no sé si no se vuelve. En todo caso, no creo que saber por qué se cae en una depresión ayude demasiado a evitarla. Cuando me contaste que te querían nombrar gerente no se qué y te quebraste…
-¿Yo dije que me quebré?.
-Sí, mas o menos…uno se quiebra cuando se le propone algo para lo que no se siente preparado, algo que no merece, algo que no podrá sostener…sentís que te están mirando ¿no?, como tu secretaria, y te rebelás; te asustás y te rebelás. Los que te miran te reclaman que aceptes. Con ese logro cumplirás con las expectativas que pusieron en vos, y eso te hace sentir contento, pero a la vez te da bronca que te hayan llevado a ese lugar en el que nunca te interesó estar y te dan ganas de mandarlos a la mierda, pero no podés porque ya estás ahí. Aceptar tampoco podés porque no merecés estar ahí, no vas a poder sostenerte, entonces ellos, todos ellos, tus viejos, tus amigos, tus parientes, tus vecinos, esos que siempre te admiraron, te van a ver caer lastimosamente y los vas a defraudar y te van a rechazar, te van a descuartizar, entonces plackkk!, te quebrás…
-¿Hablás de vos o de mí?.
-¿Me equivoco?.
-¿Hablás de vos o de mí?.
-Creo que de los dos. De mí sin dudas.
-Sí, de mí también, por eso me escapé. En cambio vos me decís que estás bien, que sos un hombre…¿qué es ser un hombre?.
-Ser un hombre…ahí viene mi jermu…¿estás mañana?.
-Claro, no tengo un carajo que hacer.
-¿A la misma hora?.
-Sí, mas o menos, si no estoy sentate y pedite una cerveza.

VI
Loucura

Loucura: “Alienação mental com modificação profunda da personalidade; estado de louco; acto próprio de louco; temeridade; imprudência; extravagância; doidice; tresvario”.
Louco: “Que perdeu a razão; doido; alienado; insensato; imprudente; doidivanas; brincalhão; folgazão; apaixonado; arrebatado; furioso”;

Llueve, aquí y allá. La lluvia es lluvia; la tristeza, tristeza y el miedo, miedo.
Algo viene queriendo explotar dentro de mí. ¿Habrá de matarme?.
La extraño, la extraño y no sé quién es. Ha cambiado de nombre varias veces. Se ha disipado siempre. Siempre que me ha correspondido yo flaqueé. La retórica mas audaz, las propuestas más locas, la locura, siempre cuerda, me dejaron atorado aquí, en el impulso, en el dolor de un parto interrumpido, de un coito interruptus con la vida…
-Raúl!!!
-Oscar, hola!!!
-¿Qué hacés caminando bajo la lluvia?.
-La lluvia…la lluvia aquí no moja.
-Ni moja ni jode, es cierto.
-¿Vos estás más loco que yo no?..
-Yo no estoy loco, yo he hecho una locura, si querés llamarlo así, pero nada más. Me parece que el loco sos vos Raúl.
-¿Yo?.
-Claro
-¿Yo loco?. Si hay una persona cuerda en este mundo soy yo. Yo no me escapé con una puta. Yo no dije que no a una gerencia general, es más, estoy mucho más arriba que eso. Creo Oscar que este año me paro definitivamente ¿entendés?. Las cosas van bien, ya se me pasó el pire y por suerte no me mandé ninguna cagada…….
-¿Y si todo es tan maravilloso, digo, porqué andás con esa cara de extraviado caminando bajo la lluvia en busca de una respuesta que ya sabés que no te voy a dar?. Vos estás loco Raúl. Lo único que he aprendido en este tiempo que llevo aquí al pedo, es a distinguir a un loco de un cuerdo y vos, perdoname, pero estás loco. Lo único que falta para que terminen de darse cuenta, vos y todos los que están a tu alrededor es que hagas una locura, y la vas a hacer Raúl, más tarde o más temprano la vas a hacer. No sé si será una locura simpática o trágica, la moneda está en el aire, pero a mí no me engrupís.
-Debería mandarte a la mierda. ¿Vos, un fracasado, me vas a venir a hablar a mí de locura?. ¿Vos que vendés pescado frito y coco gelato en un quiosco de mierda, me vas a venir a hablar de locura?.
-Caipirinhas…
-¿Qué…?
-Que también vendo caipirinhas…¿querés una?.
-¿No será una locura a esta hora?.
-Jajajajaja, porteño loco!!!. Sentate ¿querés?.
-Chupame un huevo.
-Esperame que ya vengo con las caipirinhas.
Ya casi no llueve. Claro que estoy loco. Estoy loco a pesar de mi cordura. No estoy loco por haber hecho locuras. Estoy loco por haber simulado ser cuerdo a lo largo de decenas de años. Estoy loco por haber hecho tantas cosas de cuerdo estando loco: temeridade. Es una locura no haberme suicidado, es una locura no haberme ido a la mierda, es una locura haber logrado evitar el escándalo, es una locura que me hayan creído. Una locura de mi parte y una crueldad de parte de ellos. ¿Habrán de dejarme en paz?, ¿habrán de permitirme no ser Napoleón?, ¿alguien tendrá la amabilidad de desenmascararme?.
-Probala, está especial.
-¿Está saliendo el sol?.
-No, no, quedate tranquilo…
-Gracias…necesito mucho gris…¿así que el loco soy yo?.
-Tomá la caipirinha y dejate de joder, a mí no me tenés que vender una historieta, no va a salir el sol, quedate tranquilo.
¿Soy alcohólico?, ¿cuándo se empieza a ser alcohólico?. Estoy empezando a ponerme contento, eufórico. ¿Y si me quedo acá?. Este boludo no está tan mal después de todo.
-Che Oscar, contame de las garotas…
-Son cariñosas, no les importa la edad de uno. Acá los muchachos no son cariñosos. Que se yo, las garotitas vienen y se te quedan. Ellas te cogen, se te quedan ahí, un día, dos, sin problemas, les gusta todo…cariño acá no te falta.
-Sí, pero los años pasan…
-Cuando los años pasen te traés una a vivir con vos. Te va a cuidar, te va a mimar, te va a aguantar lo que no te aguantaría tu esposa y va a estar al lado tuyo hasta que te entierren, y te va a llorar tres días…después se las va a arreglar de algún modo, y si le hacés un par de mulatitos ni te cuento, olvidate de la soledad. La soledad acá no existe, …. la soledad es uno…¿Cómo era eso de que te hiciste hombre?.
-Traeme otra caipirinha y dejame de joder…

Quisiera jugar al fútbol con ellos. Quisiera usar una zunga sin complejos, a pesar de la panza. Usar una pulsera de oro con mi nombre “Raúl”. Correr en la arena y que no me importe si se me nota el pito medio parado. Quisiera tener aire, cortarme sólo, hacer un gol y dejarme caer lleno de sudor y de gloria. Meterme después en el mar y al salir encontrar una mulatita, llevármela a una casucha y cogérmela… quisiera hacerlo ahora…ahora que estoy borracho, ahora que casi puedo, ahora que estoy contento, ahora que salió el sol…
-Me duele la cabeza, me voy a meter en el mar ¿me esperás?.
-Me esperan Raúl, salió el sol. Esto ya no es para mí. Me voy a echar un polvito y después voy a hacer una siestita.
-Bueno ¿nos vemos después?.
-No sé, acá casi siempre me encontrás, chau…
El agua está fresca, apenas fresca. El agua aquí te trata bien. Me sumerjo y salgo varias veces, hasta que se me baja la borrachera; tengo hambre. Cuando ella llegue voy a comer un buen pescado frito con papas.
-Qué lindo se puso el día ¿caminaste mucho?.
-Lo de siempre, pero como estaba nublado me cansé menos, deberías caminar conmigo, te hace falta. ¿Cómo está el tipo ese?, ¿lo viste?.
-Sí, lo vi. No sé realmente cómo está. A veces me parece que está muy bien y otras que está desquiciado. En realidad está igual que todos los de acá. Con una camisa blanca, un pantalón corto de lona y unas hojotas se las arregla lo más bien.
-Me voy a comprar un collar ¿querés algo?.
-A ver…algo…emmm ¿y lo vas a usar?.
-Sí, que se yo, acá todo parece fácil, todo queda bien ¿no?.
-Claro, pero después en Buenos Aires no te lo ponés.
-Bueno, en Buenos Aires veremos.
En Buenos Aires veremos. Veremos como sigue todo esto. Veremos quién tiene razón. Si él o yo. Veremos…

VII
Golazo

-Raúl !!! El movicom
-Uff, me había dormido…hola…sí…sí ¿qué hacés? ….bien…sí estaba medio dormido al sol, contame………No !!!, ¿en serio?. No!!! … ¿de verdad…….? vamos carajoooooooooool! Goooooooooooooollllllll!¿firmaron sin chistar?… ¿así nomás?…somos unos capos!. Bien, bien, ¿te das cuenta? ¡tenemos un Banco! ¿querés que vuelva?……sí, tenés razón, mejor me quedo unos días más, total hasta que nos hagamos cargo no vale la pena….te felicito!…gracias…no lo puedo creer todavía…qué grande!
-¿Qué pasó?.
-Nos aceptaron la oferta, ya tenemos el Banco.¿No es increíble?. ¡Cómo se dió vuelta la taba!
-Bueno, que esto no te haga volver a la locura.
-Esta locura es distinta, jugamos en primera ahora. ¡Es una locura de primera!. Me voy a caminar, voy a ver si me tomo una cerveza con Oscar.
-No le vas a contar que tenés un Banco ¿no?.
-No, no.
Ni va a hacer falta. Qué bien la hice. Finalmente gané. Qué playa ni garotas ni tres carajos. Qué ganas de caminar, de correr. Es la primera vez en siglos que tengo ganas de caminar. Me queda chica la playa, ¿a dónde voy?. Me voy a alquilar ese velero y que me enseñen a navegar, sí, claro, si hace días que lo miro con ganas. Quiero internarme en el mar, ver el mundo desde afuera y desembarcar nuevo, desembarcar como un conquistador, mojarme, pasar entre las olas y aparecer entre toda esta gilada sin decir palabra. Me verán como a cualquier otro perejil, pero no, me da risa, no, finalmente hice un golazo y sólo yo lo sé; yo que soy mi público, mi juez, mi arbitro y mi rival, ay de mí…ahora sí que cagué, se acabó la dualidad por un rato…mejor me siento a tomar algo. Ojalá que esté Oscar.
-¡Pibe!, traeme una cerveza ¿Oscar llegó?.
-Ainda nao.
-Bue…
Qué lindo está el mar. Un diario, quiero leer un diario. ¿Cómo estará Buenos Aires?. Qué ganas de volver. Quiero estar allá, extraño el quilombo. ¿Estará todo listo?, este Julio es medio pelotudo, espero que hayan terminado de arreglar el juicio. ¿Habrá consentido el fiscal el sobreseimiento?. No me dijo nada, mejor llamo. No, ¿para qué?, mejor no pienso, estaba todo arreglado.
-Hola.
-Eh Oscar, sentate hermano ¿cómo andás?.
-Que se yo.
-¿Qué pasa?.
-Nada, no pasa nada, todo tranquilo.
-Vení, tomate una cerveza. Brindemos.
-¿Por?.
-Nada, me salió un negocio.
-Uh, hace siglos que no escuchaba esa expresión. Ya me había olvidado que había negocios.
-Me parece que te olvidaste de muchas cosas.
-¿Por ejemplo?.
-Vos nunca hiciste un gol ¿no?.
-¿En el fútbol o en la vida?.
-Donde quieras.
-Ah bueno. En el fútbol no…y en la vida…tampoco.
-Pero pudiste haberlo hecho.
-¿Qué es hacer un gol en la vida?.
-Hacer un gol en la vida es mmm…ir a buscar la pelota, pasar entre varios giles, tocarla para acá y para allá, mirar bien, encontrar el espacio justo, patear y que entre.
-¿La pelota, digo, no te la pasó nadie?.
-A lo mejor sí, pero hay que saber recibirla, es lo mismo.
-¿Te parece?.
-¿A vos no?.
-No sé.
-Te estás haciendo el boludo ¿no?, ¿querés un ejemplo?.
-A ver.
-Que te pasen la pelota es que te ofrezcan la gerencia general, tener una mina que te admira esperando que hagas el gol. ¿Entendés ahora?. Porque me parece que te hacés el distraído a propósito y eso me rompe las pelotas porque yo también dudé, yo también pensé en patear la pelota afuera, pero me jugué, fui para adelante, me expuse…
-¿Ante quién te expusiste?.
-Ante mi público.
-¿Y quién es tu público?.
-Yo.
-¿Vos?, ¿Y quién sos vos?.
-Yo soy yo.
-¿Solamente?.
-Y los míos.
-¿Los tuyos o aquellos de quienes sos vos?. Todos te miran ¿no?. Todos esperaban que la pifiaras ¿no?.
-Pero no la pifié ni la pateé al corner para evitar pifiarla. No tuve miedo o si lo tuve me lo banqué.
-Yo no.
-¿No extrañás a tu secretaria?. ¿No te hubiera gustado decir que sí a ese nombramiento y esa noche llevarla a cenar y cogértela?. Ese hubiera sido el gol.
-Sí, me habría gustado, o no, no sé. ¿Qué se yo?.
-De eso te escapaste vos.
-¿No te lo dije?.
-Por eso no volvés a Buenos Aires. Por eso te quedás acá. No podés volver.
-Parece que lo disfrutás.
-¿Sabés qué pasa?. Te veía acá tan piola y me preguntaba si…que se yo…pero hoy cuando tocaron el pito y grité el gol me di cuenta que esto era un espejismo.
-No sé, nunca te dije que esto fuera bueno.
-No, pero te veía tan suficiente…
-¿Ahora estás más tranquilo?.
-Sí, francamente sí. Fueron muchos años de dudas y angustias. Estuve muerto y resucité.
-¿Sabés una cosa?. El cargo ese me importaba un carajo. Pero nunca pude superar la pérdida de Cristina. O mejor dicho, la pérdida de ese sueño, aunque no lo perdí del todo…
-¿La volviste a ver?.
-No pero todos los días me siento aquí y me imagino que la veo venir caminando por la playa, linda, abundante. Me imagino que llega y me dice “Oscar, ¡te busqué tanto!”…
-Vos estás pirado.
-¿Vos no?.
-Yo no Oscar, ya no, ya no. Estoy más cuerdo que nunca. Y por fin se me fueron las dudas. Años pasé entre la locura y la cordura, pero yo agarré la pelota, me agarré a la pelota y esa fue mi salvación.
-Me alegro por vos.
-¿Te pido otra cerveza?.
-Acá el único que pide soy yo. Este boliche, aunque sea una mierda, es mío.
Tomate lo que quieras, estás invitado. Yo me voy un rato. Chau.
-Pará che. ¿Te enojaste?.
-Creo que ya nada me enoja. Ni vos. Ese es el problema. Chau.
¿Hacía falta?. Soy un imbécil. Elisa me lo advirtió. ¿Necesitaba de este infeliz para confirmar mi gol?. ¿Tan frágil es todo?. ¿No era yo el único público que me importaba?. Y mis viejos y mis hermanos y mis amigos y mis vecinos y todos los que no paran de mirarme, pero ya está, ya está.

VIII
Atardecer

Si yo viviera aquí, si yo fuera él. ¿A quien esperaría ver venir por la playa?.
No, yo tengo que volver. Me quedó tanto por hacer y éste es mi momento, ya no puedo esperar más, ya no queda espacio para proyectos ni para fantasías. Todo ha madurado. Si no fuera por ese maldito juicio esto sería perfecto. ¿Por qué firmé esos contratos si sabía que esto podía pasar?. Eduardo fue mucho más inteligente, salió del directorio a tiempo, pero él había juntado plata mientras yo me derrumbaba. Yo sabía que esto podía pasar pero necesitaba esos honorarios. Finalmente me pagaron por firmar. Fue el precio de la supervivencia.
No va a pasar nada. En Argentina nunca pasa nada y aunque no esté pegado, Eduardo no va a dejar que esto avance, pero si avanza lo voy a mandar al frente sin dudarlo y él lo sabe. El sabe que me alquiló pero no me compró.
-Raúl, Julio en el teléfono de nuevo.
-Hola ¿qué hacés?…..¿qué malas noticias?, ¿no firmaron?…..¿entonces?…. pero ¿cómo se enteraron esos hijos de puta?…¿por qué no me lo dijiste esta mañana?…hubiera preferido…¿en la televisión?…¿y hablaron de Eduardo?….¿sólo de mí?…si él era el dueño …ya sé que ahora soy noticia por el banco pero…me van a descuartizar esos hijos de puta. ¿Cuándo sale el programa?. Bueno cuando sepas avisame, lo voy a llamar a Eduardo, chau.
Lo llamo ya y más vale que haga algo porque sino lo voy a incinerar para toda la eternidad.
-Hola Eulalia ¿cómo está?….bien, muy bien gracias…ah ¿se enteró?….sí, es una desgracia pero todo tiene solución…¿está preocupado?…me imagino, ¿me puede pasar con él?…¿en España?, ¿y cuándo vuelve?…¿no vuelve por ahora?..¿.me dá el teléfono por favor?….pero es importante Eulalia, es muy importante, no creo que no quiera que hablemos…..no, no la comprometo pero dígale que lo llamé y que estoy preocupado por todas, TODASSSS las consecuencias que puede tener esto para TODOSSSS ¿entendió el mensaje Eulalia?….bueno, sí, comprendo, pero usted transmítale mi mensaje…estoy en el celular de siempre, …sí, gracias.
Mejor me voy a caminar, estoy harto de esta playa de mierda. Me está dando claustrofobia. Ojalá esté Oscar.
-Voy a tomar una cerveza con Oscar.
-¿Pasó algo?.
-El juicio, de nuevo el juicio.
-………….
-No me mires así….
Le importa un carajo, les importa un carajo. Siento una opresión atroz otra vez, es la misma, la misma que se repite desde que mamá me decía…”esta tarde cuando vuelva Papá…”, pero si es la misma, si la conozco de memoria ¿por qué mierda me domina?. Estoy en Buzios, estoy en la playa, tengo que levantar la vista, ¿qué hago mirando el piso?, tengo que levantar la vista pero no la puedo sostener, mi vida es un eterno “tengo que…”, no la puedo sostener…¿a la vista o a la vida?. Todo pasa, todo finalmente pasa…vamos, vamos, me cago en lo que piensen todos ellos…me metería en el mar, me metería y no saldría nunca más…ni siquiera la fantasía de quedarme aquí me queda. Oscar con su cara de fracaso no me deja espacio ni para la fantasía.
-¿Que hacés mirando el piso? ¿Perdiste algo?.
-Oscar!, sí, que se yo, se pudrió todo,
-¿Tan poco duró?.
-No, pero apareció una complicación. Sé que es manejable, pero yo no la voy a poder manejar, ya no la puedo sostener…
-¿Sostener?.
-La vida…
-¿Ves esa mina que viene ahí?.
-Sí, linda veterana.
-Se parece a Cristina, a lo que me imagino que es Cristina hoy. Todas las tardes, invariablemente, viene caminando una mina que se parece a ella, pero nunca, jamás es ella.
-Nunca llega ¿no?.
-No, pero preferí seguir esperando. Si no ¿qué hacía?.
-Buscate algo más permanente.
-¿Más permanente?, ¿más permanente que Cristina?. No me ha dejado sólo un minuto en estos diez años. Me acuesto pensando en ella, me levanto pensando en ella, hago el amor y pienso en ella, cocino y pienso en ella, camino y pienso en ella.
-Pero nunca va a venir y menos si no la llamás.
-La traerá la vida. Si vieras como me miró la última vez no te atreverías ni a llamarla ni a pensar en ella. Bueno, yo me atrevo a pensar, pero nada más.
-Vos preferís que no venga en el fondo, vos estás bien sufriendo. Si viene se te derrumba el mundo que construiste.
-¿Vos querés que salga tu negocio o no?.
-Sí, quiero que salga, pero algo lo amenaza, me amenaza.
-¿Qué?.
-Un juicio penal, es probable que en vez de terminar sentado en el directorio de un banco, termine en cana.
-Éxito y castigo. Ja, que boludo.
-¿Qué?.
-Vos no debiste llegar tan alto ¿no?, te van a castigar por eso. Te van a destrozar.
-¿Quienes?.
-Vos lo sabés mejor que yo. Yo sé quienes, pero vos sabés los nombres. Estás liquidado. ¿Sabés una cosa?. Yo estaba seguro que Cristina iba a venir tarde o temprano. Estaba seguro hasta que apareciste con esa pelotudez del negocio. Al principio me convenciste un poco, pero no, después me di cuenta. Vos estás liquidado, y eso me chuparía un huevo si no fuera porque cuando me di cuenta que vos estabas liquidado y empecé a recuperar la sonrisa, me di cuenta también que Cristina nunca vendría. Y ahí la cosa se complicó para mí, porque al fin y al cabo al verte liquidado a vos me vi liquidado yo. ¿Entendés?.
-No sé. No sé. ¿Por qué liquidado?. ¿Que sabés vos si el juicio prospera o no?.
-No ese juicio Raúl. ¿No entendés?. Es el otro juicio. Sos vos. Somos nosotros. Cristina no me dijo una palabra, no perdió tiempo. Podría haber tratado de convencerme que agarre el cargo, podría haber hecho algo, una palabra, al menos una palabra, pero no, no dijo nada. Sólo me miró y se dio cuenta. El juicio fue ése. Yo confiaba en una revancha cada vez que miraba hacia el sur esperando verla venir. Ya no. Estás liquidado Raúl.
-¿Y vos?.
-¿Yo?, chau Raúl, saludos a todos. En el fondo te agradezco, por fin empiezo a sentir cierto alivio…

Introducción

-¿Vos sos argentino no?.
-Sí,¿que le sirvo?.
-Una caipirinha, ¿qué tal la vida acá?, la debés pasar bien ¿no?.
-Se lleva razonablemente, yo trabajo poco, tengo un encargado. Vengo de vez en cuando.
-Muchas veces pensé venir a vivir a Brasil. Ellos sí que saben vivir. Mirá qué tranquilos se los ve, sin problemas, tudo bem.
-Si.
-No lo decís convencido.
-Ellos sí, ellos son brasileros, nosotros no.
-Interesante, contame cómo decidiste establecerte acá.
-Claro, vení mañana y tomamos una cerveza. Ahora me voy.
-Una pregunta antes ¿puedo?.
-Sí, claro.
-¿Por qué le pusiste “Chau Oscar” al boliche?.
-El dueño anterior antes de irse me dijo “Chau Raúl” y yo no llegué a decirle “Chau Oscar”, así que lo escribí ahí.
-¿Se volvió a Buenos Aires ese Oscar?.
-No, no precisamente, se fue bastante más lejos.
-¿A dónde?.
-No sé, no me dijo, yo solamente escuché el disparo…